viernes, 24 de agosto de 2018

Eran tres.



Un casi imperceptible guiño de ojos de su hermano Martín indicó a Vicente que debía postergar su entusiasmo. Que sus maravillosas tres escalas limpias y sin jockey deberían permanecer en su mano derecha. Vicente comprendió.
Eran tres y los tres sabían que era la última noche.
El olor maravilloso, mezcla fantasiosa de caoba, vino tinto, esperma y rosas,
Inconfundible desde siempre en la casa de los abuelos los envolvía, los abrazaba, los cobijaba.

Eran tres alrededor de esa gran mesa de comedor añosa. Martín, Vicente y el abuelo Enrique. Y esa, era la última partida de naipes. Los tres lo sabían.

En la casa de sus abuelos la hora no corría. El permiso era absoluto para estos dos nietos, los preferidos, los camaradas.
Este universo lo mandaba él, ese viejo hermoso de pelo y barba encanecida, de tristes ojos verdes y  con el chiste a flor de labios.
     
      Sólo un par de semanas atrás, el abuelo y la Ali – como ellos llamaban
      Cariñosamente a la  abuela – sentían que el reloj se detenía, que los recuerdos  pugnaban por estar todos ahí,  que una presión ingrávida se cernía sobre ellos al  escuchar las palabras gélidas y arteras del  doctor.

“…Don Enrique, lo siento… ehh, está muy avanzado…tres a cuatro semanas,…seis a lo sumo…”

      Así es, era el invitado indeseado, ese que carcome y corroe el cuerpo y el alma, ese  que no respeta nada.


-¡Me bajo y una vez más gana la casa! -Fue la estrepitosa declaración de un triunfante abuelo.
Sus ojos cansados mágicamente brillaron, su rostro se iluminó con su amplia sonrisa y sabiendo que sus dos camaradas de juego lo esperaban, hizo su clásica imitación de la voz de El Padrino de Coppola y con una mano en el regazo y la otra sobre sus escalas perfectamente ordenadas encima de la mesa dijo: “Enrique ha ganado una vez más, y ahora, ¿quién le gana a este pechito?”

Martín  y Vicente mezclaron invisiblemente sus mentes y sus lágrimas aún escondidas, hicieron para él una mueca que pareció una risa mientras por dentro sus corazones suplicaron, “abuelo, ojalá  que nunca nada ni nadie te gane.”
No fue así.
Era la última noche.
Eran Tres.



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