De vez en cuando la vida se ensaña con nosotros, nos da un escarmiento y nos mutila cercenando ilusiones o realidades construidas y atesoradas para el mañana. No lo podemos aceptar. Surgen los ¿por qué a mí?, los ¡Dios no permitiría esto!, las recriminaciones y la búsqueda de las culpas y culpables. Es duro, es real, es irreversible…y allí surgen las formas de aprender nuevamente a mirar la vida, a mirar lo que viene…Algunos definitivamente quedan ciegos, otros pueden volver a mirar.
Los que son de
miradas frágiles, no lo pueden soportar, es demasiado dura la penitencia y se
entregan a la oscuridad y al desencanto cerrando paulatinamente sus pupilas,
oscureciendo su universo, desapareciendo lenta y gradualmente.
Aquellos con
miradas culposas y deshonestas, se refugian y perseveran en la misma óptica de
aquella visión añosa y pragmática que los llevó al castigo, sabiendo que nunca
más podrán distinguir ocres de cafés o lilas
de amarillos. Miran sin ver, esconden la mirada y envejecen en la mezquindad,
el egoísmo y la pequeñez.
Afortunadamente hay
quienes aprendieron a mirar con resilencia, esos son los soñadores, quienes se
obligan a una nueva oportunidad, aquellos luchadores que reconocen que la vida
debe seguir e igualmente puede ser hermosa, con dolor, con memoria, pero con
nuevas oportunidades también. Ellos ya no pueden mirar como antes, por lo que
resuelven cambiar esencialmente la óptica de la mirada. Ellos, los
privilegiados comienzan neuvamente. Es como vivir boca arriba.
La vida vivida boca
arriba…
La leve presión de
la sangre en el cerebro es pacífica y presente. Impone sentir que se está vivo,
pero desde un ángulo nuevo y casi desconocido, es posterior a aquello con lo
que tendremos que vivir por siempre. Iris concentrados en un nuevo horizonte donde
desapereció la odiosa bifurcación entre lo terrenal y lo celestial, desde hoy el
cielo es el continente de nuestra óptica.
Un azul majestuoso raya
en la promiscuidad variando desde tonos ambarinos diáfanos hasta rojizos
carmesí y púrpuras. Depende del momento en que abras tus órbitas y las centres
en esa gigantesca bóveda que nos ampara.
A veces, verás que majestuosas
nubes blancas cruzan ese azul, recreando formas terrestres que ninguna de ellas
ha sido ni será nunca y te preguntas… ¿Son ellas las que imitan la vida o es la
vida quien ve en ellas sus reflejos y sus nostalgias? Ya no estás seguro de
nada, salvo de mirar hacia arriba, es el inconsciente, es la historia y es la prosa
propia lo que ves animado en esas voluptuosas formas blancas que mientras bailan
con armonía son disueltas por el frenesí impetuoso de los soldados de Eolo.
¿Adonde van? Se disuelven y suben aún más. Ingrávidas se acercan a Dios.
Boca arriba la
espiritualidad está más cerca. Todos los designios y las enseñanzas nos han
inculcado que Dios está allí…¿Lo ves? No… ¿Lo sientes? Por cierto….La
inmensidad que tengo por delante no puede haber sido creada sin ayuda, ¿o no?
Entonces podrías concluir que las nubes son ángeles…formas impolutas que vuelan libremente por los dominios del creador…bah, como es eso?. Las nubes son cirros estratos cúmulos que a veces se llenan de agua y otras veces no.
Entonces podrías concluir que las nubes son ángeles…formas impolutas que vuelan libremente por los dominios del creador…bah, como es eso?. Las nubes son cirros estratos cúmulos que a veces se llenan de agua y otras veces no.
Sigues mirando a la
bóveda azul. El campo visual no te permite nada más, recuerda que tu vida
cambió ante aquel duro castigo…¿castigo? No, entonces de que Dios me hablas?.
No caigas en la mirada oblicua, ya elegiste mirar hacia arriba, sigue así. Mesa
tu cabello, siente tus dedos, abre tus fosas nasales, escucha el palpitar de tu
corazón. El atisbo terrenal de la hierba pinchando tu espalda te libra de conclusiones
al respecto.
Entonces percibes
que la tierra está viva, celosa, tratando denodadamente que gires, que vuelvas
a ella y a sus sirvientes y ejes horizontales.
La rama de un viejo
pimiento a tu derecha se mueve levemente
en el rabillo de tu ojo. No te saca de tu dimensión, sólo te recuerda que estás
boca arriba y por tanto que perteneces a esa pequeña cofradía de soñadores
resilentes.
Todos los esfuerzos
que hagan aquellos que viven abajo por voltear tu visión serán infructuosos, no
puedes ni quieres dejar de mirar ese firmamento sin ruidos, en el que nada perturba
esa abrumadora concordia color azul.
En la mitad de la
jornada, un amarillo intenso y lacerante penetra tus gastadas pupilas haciendo brotar
gotas dolorosas. Los párpados tratan de frenar esa intensa quemazón, más no
pueden. La conclusión viene sola. Si has decidido vivir boca arriba, al menos
una vez cada día debes llorar ese dolor.
Cuando paulatinamente
vuelve la paz del azul, tu visión te entrega por un largo tiempo espectros y
matapiojos de formas incoherentes pero muy marcadas en finas líneas y diminutos
círculos en sus extremos, juegas con aquellas formas abriendo y cerrando tus
ojos hasta que ya no los distingues y la
armonía celeste vuelve lánguidamente.
Los días cambian,
las estaciones también. El azul a veces te elude y es suplido por un gris triste
y monótono, colmado de amenazantes ángeles negros, que pugnan por ensombrecer tu
ya tomada opción de la vida boca arriba.
Los negros
nubarrones se mueven a otra velocidad y rara vez denotan formas. Son agresivos
y punzantes, vuelan muy alto y de sus entrañas bulliciosas brotan relámpagos y
calderos. Explotan en millones de gotas tristes que se vienen como dardos
frente a tus ojos para penetrar en tu boca, en tu frente, en tus pupilas. Son lágrimas
que no te pertenecen arteras, frías y agobiantes. El frío que las envuelve entumece
tu rostro y entra como invitado indeseado a tu tráquea.
Como por arte de
magia, esta vida allá arriba te da un nuevo obsequio. Un arco difuminado pleno
de colores, con vasijas colmadas de oro en sus extremos, irrumpe con armonía esa
mutación de las formas grises a las diáfanas. El astro mayor penetra cada una
de las millones de partículas húmedas suspendidas en la bóveda y pinta
majestuosamente el firmamento. Si aguzas el oído, escucharás risas allá abajo,
más no puedes voltear, los calderos solo los puedes imaginar, no forman parte
de tu forma de ver la vida. Es el arco iris en plenitud que te ha venido a
alegrar y a recordar que allá arriba, en la que has decidido sea tu vida,
también hay días y días.
Se van las nubes
negras, el arco iris desaparece, vuelven los días azules esponjosos y lentos.
La vida sigue.
Los atardeceres son
fascinantes. Marcan la llegada del rojo más furioso, aquel que claudica
lentamente frente a una majestuosa familia de lilas, violáceos y morados, que
retozan y se turnan sin detener nunca su invasión anti cromática hasta llegar
al negro profundo.
Allí se inicia el prodigioso renacer mágico de miles de diminutas luces blancas que atavían de diamantes el velo de luto de la oscuridad. Unas, grandes cómo luceros, otras diminutas y parpadeantes se esfuerzan por captar la atención de la pupila.
Allí se inicia el prodigioso renacer mágico de miles de diminutas luces blancas que atavían de diamantes el velo de luto de la oscuridad. Unas, grandes cómo luceros, otras diminutas y parpadeantes se esfuerzan por captar la atención de la pupila.
Diversas formas e
intensidades conformando un todo celestial que nos intimida e invita a recordar
qué somos nada dentro del cosmos. Incluso viviendo boca arriba son incontables.
Una femenina compañera
decide salir tímidamente, mostrando sólo una fina sonrisa alba, la que sabes
irá creciendo más y más hasta quedar enorme y esplendorosa. Ella viste una
túnica suave de cráteres opalinos y surcos pacíficos.
Muy pronto sabrás
contar sus ciclos y sus ánimos, y la extrañarás profundamente cuando no te
acompañe.
Simétricas y
organizadas parvadas emplumadas romperán la monotonía alguna vez. Un ave guía,
que cada tanto deja su lugar a su segundo para ponerse al final. Todo un
ejemplo de la perfección de la naturaleza realza la maravilla del azul de
fondo, o de las regordetas y coquetas nubes. A veces estas V se suceden por
kilómetros. Esa será la antesala de un cambio de estación.
El cardinal
magnético es inexistente y surgen las constelaciones y estrellas nocturnas que
te orientan, más no te guían, por que tus designios ya fueron verdad. Desde ahora por fin te guías tú. Exactamente
desde ese día que elegiste entre seguir siendo castigado por una vida que no te
contenía y tomaste el camino de los soñadores, porque cuándo tu vida decide
mirar boca arriba es porque tú has decidido darte una segunda oportunidad.
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