lunes, 15 de octubre de 2018

Boca arriba




De vez en cuando la vida se ensaña con nosotros, nos da un escarmiento y nos mutila cercenando ilusiones o realidades construidas y atesoradas para el mañana. No lo podemos aceptar. Surgen los ¿por qué a mí?, los ¡Dios no permitiría esto!, las recriminaciones y la búsqueda de las culpas y culpables. Es duro, es real, es irreversible…y allí surgen las formas de aprender nuevamente a mirar la vida, a mirar lo que viene…Algunos definitivamente quedan ciegos, otros pueden volver a mirar.
Los que son de miradas frágiles, no lo pueden soportar, es demasiado dura la penitencia y se entregan a la oscuridad y al desencanto cerrando paulatinamente sus pupilas, oscureciendo su universo, desapareciendo lenta y gradualmente.
Aquellos con miradas culposas y deshonestas, se refugian y perseveran en la misma óptica de aquella visión añosa y pragmática que los llevó al castigo, sabiendo que nunca más podrán distinguir ocres de  cafés o lilas de amarillos. Miran sin ver, esconden la mirada y envejecen en la mezquindad, el egoísmo y la pequeñez.
Afortunadamente hay quienes aprendieron a mirar con resilencia, esos son los soñadores, quienes se obligan a una nueva oportunidad, aquellos luchadores que reconocen que la vida debe seguir e igualmente puede ser hermosa, con dolor, con memoria, pero con nuevas oportunidades también. Ellos ya no pueden mirar como antes, por lo que resuelven cambiar esencialmente la óptica de la mirada. Ellos, los privilegiados comienzan neuvamente. Es como vivir boca arriba.

La vida vivida boca arriba…
La leve presión de la sangre en el cerebro es pacífica y presente. Impone sentir que se está vivo, pero desde un ángulo nuevo y casi desconocido, es posterior a aquello con lo que tendremos que vivir por siempre. Iris concentrados en un nuevo horizonte donde desapereció la odiosa bifurcación entre lo terrenal y lo celestial, desde hoy el cielo es el continente de nuestra óptica.
Un azul majestuoso raya en la promiscuidad variando desde tonos ambarinos diáfanos hasta rojizos carmesí y púrpuras. Depende del momento en que abras tus órbitas y las centres en esa gigantesca bóveda que nos ampara.
A veces, verás que majestuosas nubes blancas cruzan ese azul, recreando formas terrestres que ninguna de ellas ha sido ni será nunca y te preguntas… ¿Son ellas las que imitan la vida o es la vida quien ve en ellas sus reflejos y sus nostalgias? Ya no estás seguro de nada, salvo de mirar hacia arriba, es el inconsciente, es la historia y es la prosa propia lo que ves animado en esas voluptuosas formas blancas que mientras bailan con armonía son disueltas por el frenesí impetuoso de los soldados de Eolo. ¿Adonde van? Se disuelven y suben aún más. Ingrávidas se acercan a Dios.
Boca arriba la espiritualidad está más cerca. Todos los designios y las enseñanzas nos han inculcado que Dios está allí…¿Lo ves? No… ¿Lo sientes? Por cierto….La inmensidad que tengo por delante no puede haber sido creada sin ayuda, ¿o no?
Entonces podrías concluir que las nubes son ángeles…formas impolutas que vuelan libremente por los dominios del creador…bah, como es eso?. Las nubes son cirros estratos cúmulos que a veces se llenan de agua y otras veces no.
Sigues mirando a la bóveda azul. El campo visual no te permite nada más, recuerda que tu vida cambió ante aquel duro castigo…¿castigo? No, entonces de que Dios me hablas?. No caigas en la mirada oblicua, ya elegiste mirar hacia arriba, sigue así. Mesa tu cabello, siente tus dedos, abre tus fosas nasales, escucha el palpitar de tu corazón. El atisbo terrenal de la hierba pinchando tu espalda te libra de conclusiones al respecto.
Entonces percibes que la tierra está viva, celosa, tratando denodadamente que gires, que vuelvas a ella y a sus sirvientes y ejes horizontales.
La rama de un viejo pimiento a tu derecha  se mueve levemente en el rabillo de tu ojo. No te saca de tu dimensión, sólo te recuerda que estás boca arriba y por tanto que perteneces a esa pequeña cofradía de soñadores resilentes.
Todos los esfuerzos que hagan aquellos que viven abajo por voltear tu visión serán infructuosos, no puedes ni quieres dejar de mirar ese firmamento sin ruidos, en el que nada perturba esa abrumadora concordia color azul.
En la mitad de la jornada, un amarillo intenso y lacerante penetra tus gastadas pupilas haciendo brotar gotas dolorosas. Los párpados tratan de frenar esa intensa quemazón, más no pueden. La conclusión viene sola. Si has decidido vivir boca arriba, al menos una vez cada día debes llorar ese dolor.
Cuando paulatinamente vuelve la paz del azul, tu visión te entrega por un largo tiempo espectros y matapiojos de formas incoherentes pero muy marcadas en finas líneas y diminutos círculos en sus extremos, juegas con aquellas formas abriendo y cerrando tus ojos  hasta que ya no los distingues y la armonía celeste vuelve lánguidamente.
Los días cambian, las estaciones también. El azul a veces te elude y es suplido por un gris triste y monótono, colmado de amenazantes ángeles negros, que pugnan por ensombrecer tu ya tomada opción de la vida boca arriba.
Los negros nubarrones se mueven a otra velocidad y rara vez denotan formas. Son agresivos y punzantes, vuelan muy alto y de sus entrañas bulliciosas brotan relámpagos y calderos. Explotan en millones de gotas tristes que se vienen como dardos frente a tus ojos para penetrar en tu boca, en tu frente, en tus pupilas. Son lágrimas que no te pertenecen arteras, frías y agobiantes. El frío que las envuelve entumece tu rostro y entra como invitado indeseado a tu tráquea.

Como por arte de magia, esta vida allá arriba te da un nuevo obsequio. Un arco difuminado pleno de colores, con vasijas colmadas de oro en sus extremos, irrumpe con armonía esa mutación de las formas grises a las diáfanas. El astro mayor penetra cada una de las millones de partículas húmedas suspendidas en la bóveda y pinta majestuosamente el firmamento. Si aguzas el oído, escucharás risas allá abajo, más no puedes voltear, los calderos solo los puedes imaginar, no forman parte de tu forma de ver la vida. Es el arco iris en plenitud que te ha venido a alegrar y a recordar que allá arriba, en la que has decidido sea tu vida, también hay días y días.
Se van las nubes negras, el arco iris desaparece, vuelven los días azules esponjosos y lentos.
La vida sigue.
Los atardeceres son fascinantes. Marcan la llegada del rojo más furioso, aquel que claudica lentamente frente a una majestuosa familia de lilas, violáceos y morados, que retozan y se turnan sin detener nunca su invasión anti cromática hasta llegar al negro profundo.
Allí se inicia el prodigioso renacer mágico de miles de diminutas luces blancas que atavían de diamantes el velo de luto de la oscuridad. Unas, grandes cómo luceros, otras diminutas y parpadeantes se esfuerzan por captar la atención de la pupila.
Diversas formas e intensidades conformando un todo celestial que nos intimida e invita a recordar qué somos nada dentro del cosmos. Incluso viviendo boca arriba son incontables.
Una femenina compañera decide salir tímidamente, mostrando sólo una fina sonrisa alba, la que sabes irá creciendo más y más hasta quedar enorme y esplendorosa. Ella viste una túnica suave de cráteres opalinos y surcos pacíficos.
Muy pronto sabrás contar sus ciclos y sus ánimos, y la extrañarás profundamente cuando no te acompañe.

Simétricas y organizadas parvadas emplumadas romperán la monotonía alguna vez. Un ave guía, que cada tanto deja su lugar a su segundo para ponerse al final. Todo un ejemplo de la perfección de la naturaleza realza la maravilla del azul de fondo, o de las regordetas y coquetas nubes. A veces estas V se suceden por kilómetros. Esa será la antesala de un cambio de estación.

El cardinal magnético es inexistente y surgen las constelaciones y estrellas nocturnas que te orientan, más no te guían, por que tus designios ya fueron verdad.  Desde ahora por fin te guías tú. Exactamente desde ese día que elegiste entre seguir siendo castigado por una vida que no te contenía y tomaste el camino de los soñadores, porque cuándo tu vida decide mirar boca arriba es porque tú has decidido darte una segunda oportunidad.

No hay comentarios:

  La Virgen y la sombra A las dos de la madrugada Joaquín Moraleda de Provoste me llamó por teléfono. Una llamada inquietante de alguien q...