El tren se movía lento, al igual que mi memoria. El desierto abrasador del norte de Chile envolvía la máquina y sus vagones. El crónico traqueteo sobre los rieles se silenció. Fui el único pasajero en bajar allí. Caminé por el andén de una deteriorada estación con las flores en mi mano. El tiempo se había detenido en ese lugar.
Salí a la calle
principal de un pueblo fantasma. Anduve hasta llegar al frente de una casa
derruida, abandonada, vacía. Estaba de vuelta en Santa Laura.
Cerré los
ojos...
Entré a esa
añorada casa de adobes. Mi madre trabajaba en el escritorio que tanto
quería, comprado en una abandonada
salitrera inglesa. Lentes de carey en la punta de la nariz y lápiz rojo en la
mano derecha. Corregía pruebas escritas con caligrafía sesentera por alumnos de
la escuela rural donde hacía clases. Pasé con sigilo al patio trasero
desprovisto de verde. Allí en una gruesa rama del viejo pimiento, Pedrito, mi
hermanito de seis años, reía mientras se balanceaba en un columpio improvisado
con una cuerda y un gastado neumático, mientras Tocopillo, su quiltro enano sin
abolengo, saltaba y ladraba feliz a su alrededor.
-
Mi padre ya nos había
dejado por una corista conocida en la Calichera de Sarmiento.
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Luego de dar varios
impulsos a Pedrito fui a la cocina y preparé un mate a mi vieja, quien me lo
agradeció con un beso y una dulce caricia.
-
La tarde transcurrió
lenta, cómo todas las tardes en la Pampa nortina. Después de comer bañé a
Pedrito quien me confidenció que estaba enamorado de una compañera del 1er
grado haciéndome jurar que no diría nada. Al rato di un cariñoso beso de buenas
noches a mamá.
-
Infortunadamente, yo
había adoptado el vicio del tabaco, por eso, pasadas las diez de esa noche
mientras todos dormían junto al brasero para entibiar la noche, salí a fumar un
ansiado pitillo.
-
La noche estaba
estrellada.
-
Imperceptiblemente las
hojas del pimiento empezaron a vibrar, Tocopillo a gemir, la tierra se empezó a
sacudir, el rugido subterráneo fue portentoso, sobrevino el violento e
interminable terremoto. Me afirmé del pimiento para no caer, el neumático
bailaba, en un santiamén la casa, mi casa, se derrumbó frente a mí. Mi vida
también.
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Abrí los ojos...
-
Pasé entre los
escombros, el pimiento estaba seco. Me arrodillé y posé las flores. Quise
prender un cigarrillo, esta vez no lo hice...
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