jueves, 5 de julio de 2018

Dejé de fumar



El tren se movía lento, al igual que mi memoria. El desierto abrasador del norte de Chile envolvía la máquina y sus vagones. El crónico traqueteo sobre los rieles se silenció. Fui el único pasajero en bajar allí. Caminé por el andén de una deteriorada estación con las flores en mi mano. El tiempo se había detenido en ese lugar.
Salí a la calle principal de un pueblo fantasma. Anduve hasta llegar al frente de una casa derruida, abandonada, vacía. Estaba de vuelta en Santa Laura.
Cerré los ojos...
Entré a esa añorada casa de adobes. Mi madre trabajaba en el escritorio que tanto quería,  comprado en una abandonada salitrera inglesa. Lentes de carey en la punta de la nariz y lápiz rojo en la mano derecha. Corregía pruebas escritas con caligrafía sesentera por alumnos de la escuela rural donde hacía clases. Pasé con sigilo al patio trasero desprovisto de verde. Allí en una gruesa rama del viejo pimiento, Pedrito, mi hermanito de seis años, reía mientras se balanceaba en un columpio improvisado con una cuerda y un gastado neumático, mientras Tocopillo, su quiltro enano sin abolengo, saltaba y ladraba feliz a su alrededor.
-        Mi padre ya nos había dejado por una corista conocida en la Calichera de Sarmiento.
-        Luego de dar varios impulsos a Pedrito fui a la cocina y preparé un mate a mi vieja, quien me lo agradeció con un beso y una dulce caricia.
-        La tarde transcurrió lenta, cómo todas las tardes en la Pampa nortina. Después de comer bañé a Pedrito quien me confidenció que estaba enamorado de una compañera del 1er grado haciéndome jurar que no diría nada. Al rato di un cariñoso beso de buenas noches a mamá.
-        Infortunadamente, yo había adoptado el vicio del tabaco, por eso, pasadas las diez de esa noche mientras todos dormían junto al brasero para entibiar la noche, salí a fumar un ansiado pitillo.
-        La noche estaba estrellada.
-        Imperceptiblemente las hojas del pimiento empezaron a vibrar, Tocopillo a gemir, la tierra se empezó a sacudir, el rugido subterráneo fue portentoso, sobrevino el violento e interminable terremoto. Me afirmé del pimiento para no caer, el neumático bailaba, en un santiamén la casa, mi casa, se derrumbó frente a mí. Mi vida también.
-        Abrí los ojos...
-        Pasé entre los escombros, el pimiento estaba seco. Me arrodillé y posé las flores. Quise prender un cigarrillo, esta vez no lo hice...


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