lunes, 8 de octubre de 2018

El designio de Bao Jing


El bosque estaba húmedo. La lluvia era persistente y fina.
Arantxa corría descalza por los senderos de ese enmarañado pero hermoso universo húmedo. Buscaba a Faustina, necesitaba contarle lo hablado con su madre esa mañana. Había sido incluida en el próximo periplo de compras a Londres y eso era muy importante para la niña.
Los viajes de compras que realizaba Lady Susan eran ya conocidos en aquella pequeña comarca del norte de Inglaterra.
Duraban varias semanas. Guiados por el fiel criado Adalbert, este “ejército de compras” lo constituían las señoras de palacio, sus damas de compañía, las costureras, comadronas, pinches de cocina, una cocinera, varios escuderos fornidos y musculosos, el médico, el panadero y el palafrenero a cargo de los equinos y los burros. De Londres traían esencias exóticas- azafrán de oriente, cúrcuma de África, maravillosas joyas y tapices, los más refinados perfumes, jabones y lociones corporales, hermosas y pesadas telas de oriente, vestidos franceses, italianos y húngaros, zapatos de España y Alemania, juguetes para los más niños y licores y cervezas fuertes para los hombres.
El viaje era largo y no exento de riesgos. El Gran Londres estaba  a muchísimas leguas de Yorkshire. Debían atravesarse varios condados y viajar siempre en dirección sur.
De pronto Arantxa vio el clásico humo azul que indicaba sin dudarlo el lugar elegido por Faustina para hacer sus tallas e inscripciones rúnicas. Al acercarse la vio sentada de espaldas a ella junto a la pequeña hoguera que desprendía el colorido humo. En sus manos sostenía 3 runas y tallaba con ellas mismas una roca amarillenta.
- ¿Qué os trae por acá joven Arantxa? -Le interrogó sin voltearse.
- Oh, veo que no necesito presentarme ante vos para que percibáis mi presencia. -dijo ella riendo y bailando alrededor.
- Ah mi bella niña. ¡Nunca dejarás de ser aquella princesita de grandes ojos que tu madre me presentó y encomendó el día de vuestro nacimiento!
- Faustina, tengo que contarte algo, no te imaginas de qué se trata…
- ¿Crees que una Maga cómo yo, con más de 400 años de vida en esta tierra podría no saber lo que ocurre en la comarca?  -Dijo mirando con ternura a la chiquilla.
- Si es así, entonces dime lo que te he venido a contar.
- Ha llegado el momento que vi en las estrellas el día de tu nacimiento mi querida Arantxa, ha llegado ese momento.
- Tan insignificante será mi vida que mi gran momento es ser invitada por mi madre al periplo de compras al Gran Londres…ups, lo dije…me hiciste trampa Faustina!
Faustina sonrió. Siempre en los 14 años que tenían de relación amistosa ella la podía embaucar sin mucha complicación. Cambiando su actitud se puso seria y le miró a los ojos.
-          Mi querida Arantxa. Es cierto, me has confesado lo que yo ya sabía, pero me refiero a lo que demarca el destino para ti en este viaje. -El rostro de Faustina demostraba seriedad en lo que decía.
-         ¿Qué quieres decirme con ello?, ¿que no debo ir?, ¿que será peligroso?
-          La tentación no podrás evitar y con ella deberás luchar. Y debes ir, está en tu oráculo,  pero tampoco te puedo decir más, porque no se más. El destino lo haces y decides tú.  –Dicho esto la hechicera continuó tallando su runa, dando así por terminada la conversación
El gran día llegó y Arantxa y partió con todo el séquito acostumbrado a estos menesteres rumbo a Londres. Pese a que buscó a Faustina por todas partes para despedirse, no la pudo encontrar.  Los 12 días que duró el viaje, con todas las comodidades de aquellos fastuosos y bien organizados viajes se hicieron cortos.
Londres era maravilloso. Una ciudad de más de cien mil habitantes, cruzada por el enorme Támesis, la abadía de Westminster, la catedral de San Pablo, la torre de Londres y la moderna tecnología del Puente de Londres que unía ambas riberas, pero que a la vez permitía el paso de esas grandes embarcaciones que traían todo ese caudal de productos y materiales casi preciosos.
Todas las damas de Yorkshire y su comitiva, se habían dirigido ese día al comercial barrio del Puerto de Southampton donde se concentraban tendederos ingleses, asiáticos, árabes, portugueses, españoles y de decenas de otras nacionalidades.
Arantxa estaba extasiada.
No te alejes de nosotros nunca Arantaxa, fue la instrucción que más veces escuchó en aquel viaje de labios de Lady Susan, su madre.
Pero ese día ella estaba preparada para demostrar que ya no era una muchachita. Ante un leve descuido de su chaperón y de Agnes su dama de compañía, se internó corriendo en el enorme mercado del puerto. Cientos de tiendas, bazares, puestos y carromatos de mercaderías pasaron por sus ojos, ella tenía en la doble costura de su vestido una pequeña bolsita con chelines de oro. Los aromas a especies de oriente se entremezclaban con los del bacalao ahumado, el de las curtiembres que hervían en calderos las pieles de oveja con los perfumes de los jabones franceses. En cada rincón brotaba alguna música. Tribal, celta, escocesa, china. Infinidad de lenguas, razas y monedas se mezclaban en una maravillosa vorágine que para Arantxa era el primer indicio de libertad pura en su vida.
Dejó de correr al percatarse que ya no la seguían. Caminó contemplando con interés y curiosidad todo cuanto veía.
Un puesto pequeño semi escondido, con unos grandes tules rojos y dorados, el cual lucía imágenes de dragones y muchos espejos de diversos cortes y tamaños llamó su atención. Se detuvo frente al mesón de madera pulida en el que brillaban muchas piedras y rocas cristalinas que jamás antes había visto.
Un anciano oriental, de largos y blancos bigotes, con un curioso tatuaje que sobresalía de su cuello y terminaba en el mentón izquierdo, vestido de gris la observaba quietamente tras el mesón.
El puesto en si tenía al fondo dos pequeñas estanterías laterales, una ostentaba una ardilla y la otra un cuervo, ambos disecados.  Al centro en el mesón, entre las piedras, cuarzos y minerales había una esfera de tamaño intermedio que daba unos curiosos reflejos rojizos y púrpuras. Era de una redondez perfecta. El color nacía desde su núcleo, por fuera era cómo el cristal. La luz le alimentaba sus reflejos perfectos. Arantxa se sintió hipnotizada por aquella esfera de cristal púrpura. La quiso de inmediato, nunca antes había visto algo tan maravilloso. Probablemente ese chino ni sabría cuánto pedir por ella.
Determinada a comprarla aunque le costara todos sus ahorros, hurgó en su doble costura para sacar los chelines pero comprobó con horror que los había perdido probablemente en su correría.
El chino, que la miraba fijamente a los ojos,  pronunció unas palabras con un dejo gutural algo.
-          Bao Jing, BaoJing…支付和快,并且你会不高- seguido por una frase que Arantxa no entendió.
Arantxa miró hacia su entorno y se percató que estaba en las vísceras de una gran ciudad habitada también por malhechores y ladrones. Mercaderes rudos y traficantes de esclavos ya le dirigían miradas libidinosas. Se asustó y sin medir lo que hacía, con una osadía desconocido para ella, cogió la esfera y echó a correr nuevamente en la misma dirección que venía. Nunca miró hacia atrás para saber si el chino u otra persona la seguían o no. Esto no era un hurto, ya mandaría a Adalbert a pagarle la esfera a aquel viejo chino.
En su loca carrera chocó de frente con un mendigo sucio y maloliente que la apretujó contra su cuerpo y la trató de besar. Asqueada por la hediondez de aquel hombre, se soltó y se internó en una especie de pasillo encarpado con un fuerte olor a azafrán. Se detuvo al ver que era un pasillo sin salida. Nunca vio a los dos marineros ebrios sentados en taburetes a su costado. Uno de ellos le hizo una zancadilla y el otro la tomó en el aire y la sentó en su falda con evidentes malas intenciones. El primero hurgó descaradamente en su escote con sus sucias manos, mientras el otro trataba de meter la mano entre sus polleras. Desesperada, golpeó al que tenía más cerca con la esfera con tal violencia que el sonido del golpe paralizó al otro. Al sentirse libre de esas sucias manos, retomó su carrera huyendo de aquel horrible lugar. La esfera estaba ensangrentada.
Desembocó en una especie de plaza abierta que era el fin del mercado. La cruzó y llegó a una gran calle que le fue familiar. De pronto una mano de hombre la detuvo del brazo. Se volteó. Era Adalbert, su criado junto  a Agnes. Estaba a salvo.
Dos días después la caravana de compras emprendía vuelta a Yorkshire. El incidente provocado por Arantxa había molestado en extremo a su madre, pero no hubo castigo pues Arantxa empezó a enfermar aquella misma noche en Londres. Fiebre primero, vómitos después, una tos muy seca los días sucesivos.
Arantxa había guardado la esfera en un saquito de terciopelo y cada vez que podía la contemplaba. No se la había mostrado a nadie. Tenía un enorme sentimiento de culpa porque debido a su estado delirante por la alta fiebre, no había mandado a Adalbert a pagarle al chino.
La penúltima noche del viaje, después de la cena y mientras un trovador entretenía a las primas, cuñadas, sobrinas y amigas de Lady Susan con adivinanzas y líricas acompañadas de su laúd, Arantxa permanecía acostada en su tienda junto a Agnes, quien ponía compresas frías en la frente y cuello de la niña.
Agnes fue llamada por el criado de su madre dejando sola a Arantxa, quien aprovechó y sentándose en su lecho sacó una vez la esfera escarlata y comenzó a mirar ese tono púrpura con brillo propio desde su interior. De pronto, a su lado apareció una pequeña ardilla que la saludó. Arantxa casi dio un grito por el susto, pero la ardilla la tranquilizó.
-          No te asustes, pues nada malo te haré.
-          Pero si eres una ardilla, ¿por qué hablas?
-          Desde que robaste  esfera escarlata las cosas han cambiado, Arantxa
-          Pero no fue mi intención, enfermé y…
-          …muerte has dado con ella, todo es nuevo y desconocido, le interrumpió la ardilla.
-          Lo juro, mi padre la pagará.
-          No, tu padre ya está muy enfermo y no lo verás nuevamente.
-          ¿Qué estás diciendo?
-          Tienes que devolver la esfera o la maldición de Bao Jing no se detendrá.  –Dicho esto la ardilla corrió al bosque nuevamente.
Al día siguiente Arantxa amaneció más enferma. Su madre dispuso que hicieran el último tramo con la mayor celeridad y envió a un mensajero a palacio a buscar a Fidelia.
Arantxa seguía obsesionada con la esfera y cada vez era mayor su necesidad de tenerla, de mirarla de tocarla. Con una tira de cuero, amarró el saquito con la bola a su vestido. Pensaba que el episodio con la ardilla había sido una pesadilla producto de su estado febril.
Las noticias que llegaron de vuelta con el mensajero fueron de lo peor. Su padre había muerto en la víspera de una enfermedad fulminante y habían tenido que cremar su cuerpo porque la descomposición se empezó a propagar en cosa de horas. Además Fidelia no fue encontrada en parte alguna del bosque.
El último tramo de aquel viaje fue triste y duro. Lady Susan no dejaba de llorar preguntándose qué sería de ella ahora, acompañada de sus comadronas, sus primas, sus cuñadas y sobrinas. Arantxa cada vez estaba más y más delgada. El médico le había preparado sus mejores pociones de plantas y flores silvestres, pero sin éxito. Una mancha circular violácea había aparecido en su pecho lo que preocupaba aún más a Agnes, que ya no la dejaba ni a sol ni sombra.
La última mañana de viaje, un cuervo se posó muy cerca de la joven y se dedicó a escudriñarla con sus ojos saltones y a graznar aleteando hacia ella. Adalbert lo espantó a punta de patadas. Arantxa no pudo articular palabras. No podía y si hubiese podido, tampoco lo habría hecho.
La comitiva llegó a un palacio cuyas banderas ondeaban a media asta. La tristeza se palpaba. La muerte del Señor había sido un mazazo inesperado para todos quienes moraban en y las dependencias del lugar.
Algunos lugareños levantaron pequeñas piras en memoria a su Señor que tristemente iluminó la llegada de la caravana de Lady Susan.
Los médicos de palacio se hicieron cargo de Arantxa quién ya ni podía sostenerse en pie y dictaminaron sin demora que en Londres había sido contagiada de la temible peste negra o peste bubónica, lo que obligó a su reclusión en una de las torres,  alejada de todos quienes no ocuparan los trajes especiales importados de Italia hacía un par de años cuando la peste asoló el continente.

A miles de leguas de distancia, Frente a un muro de pergaminos amarillentos con escritos en caracteres rojos, Fidelia, después de cientos de intentos pudo finalmente romper el hechizo taoísta del brujo Huashan, gritando el conjuro de San Miguel Arcángel en latín. Arrancó de aquella cueva de avispas y truenos del monte Hua, con un único pensamiento en su mente. Dar sosiego a la ira de Bao Jing.
Con la velocidad de un mago se trasmutó a la isla y específicamente a Yorkshire. Ya sabía dónde encontrar a su niña. Cuando se detuvo frente a ella no pudo creer lo que vio. Arantxa estaba inconsciente. Pesaba menos que un niño desnutrido, su piel estaba llena de pústulas y su pelo enmarañado.
Desabotonó la camisa de dormir de la chiquilla. Allí, en su pecho amoratado, estaba el saquito con aquella esfera escarlata que tanto daño le daba a quien la poseyera con trampa y engaño y tanta fortuna a quien la obtuviera con gloria y decoro.
La cogió e inmediatamente retomó su viaje astral hacia Hua, una de las cinco montañas sagradas del taoísmo. Al llegar allí, Un anciano oriental, de largos y blancos bigotes y con un traje gris de anchas mangas y un tatuaje en su cuello la esperaba con las manos extendidas. En su hombro derecho tenía una pequeña ardilla, en el izquierdo, un negro cuervo. Todo volvería a su orden natural.
-          Bao Jing, Bao Jing…posee con trampa y maldito serás, posee con honor y bendito vivirás – esta vez Fidelia si entendió lo que el chino le decía.
Fidelia hizo una mueca de agradecimiento a su colega oriental.  Arantxa estaría a salvo. En unos años más, su oráculo decía que tendría una nueva oportunidad de obtener nuevamente la piedra del Bao Jing con honor y decoro...pero eso es materia de otra historia.


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