lunes, 29 de octubre de 2018

Secretos de campo y de la caza de conejos


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El sobre de tamaño medio estaba cerrado con huincha adhesiva en sus bordes y con un sello de lacra azul . La carta contenida en su interior estaba manuscrita y se iniciaba con el consabido protocolo que antecede el Sacramento de la Confesión de los cristianos.

Ave María Purísima….”
 - Sin pecado concebida – susurró el cura.
En el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo….”
 - El Señor esté en tu confesión, respondió el párroco ahora en voz alta….

Padre, esta es la confesión de Clara Carmen Santander Baldanni.
He participado en su parroquia los últimos 20 años y aunque sé que me recuerda, quiero que a través de esta confesión conozca mi vida.
Debo comenzar diciendo que fui adoptada cuando era solo un bebé. Nunca supe la razón, pero mi madre biológica me tuvo en un hospital rural del cuál huyó antes del alta dejándome en la maternidad por unos días más. Cuando se hacían los trámites para mi traslado a un orfanato, quienes fueron mis padres,  supieron de mí y no dudaron en adoptarme.
Ellos eran una familia reconocida en la zona por lo que no hubo mayor obstáculo para convertirme en la hija menor de un terrateniente sureño y de una inmigrante italiana que anhelaban una hija que ya no podrían tener.
Así, siendo una bebé de días llegué a un hogar en el que había ya 3 hermanos: Ramiro, Humberto y Anselmo, mayores que yo 7, 5 y 3 años respectivamente.
Crecí literalmente entre parronales, perros, gallinas, arroyos, hornos de greda y pan amasado. Mis recuerdos comienzan a los 4 años en aquella enorme casa de campo en la que vivíamos. Mi padre era un hombre cariñoso y que se desvivía por mí, yo era su muñequita, pero era muy trabajador por lo que siempre estaba en el campo, a cargo de sus jornaleros, en la trilla, en las cosechas o las vendimias. Tengo leves recuerdos de verlo llegar por las noches con su sombrero de fieltro beige, su bigote fino, las botas embarradas y con una gran sonrisa. Me abrazaba y su olor mezcla de todos los aromas del campo me invadía. Pero la mayor parte de las veces yo ya estaba dormida.
Mi madre se repartía entre dar instrucciones a mi Nana Laura y sus tés canasta o acciones de beneficencia con sus amigas de los otros fundos o haciendas. El campo en aquellos años era una especie de socialité comandada por el “qué dirán” y el “¿supiste?” y por lo que sé, mi madre era casi como su presidenta o controladora. Jamás fue querendona o demostrativa como mi padre. Había días en los que yo desde mis inofensivos juegos infantiles la veía en el porsche de nuestra casa tomando el té junto a 3 ó 4 de sus amigas – a quienes debíamos llamar tías – y escuchaba sus ácidas conversaciones criticando desde la nueva vecina hasta al párroco.
Por esa razón quizás, yo pasaba mucho más tiempo junto a mi Nana Laura que a ella.
De mis hermanos en aquel tiempo no recuerdo casi nada. Eran como un tropel único que arrasaba con cuanto se les pusiera por delante, a sabiendas o no. Ellos siempre estaban juntos haciendo “cosas de niños hombres” como habitualmente decían para excluirme de sus juegos. Igual no me importaba porque sus pasatiempos eran bruscos y torpes.
Los veía jugar al fútbol, ir a bañarse al río, tirar piedras con hondas, disparar postonazos a las botellas, pelearse entre ellos o con otros chicos. Eran un sistema en sí mismo.
Debo haber tenido unos siete años cuando vi a mis hermanos quebrar un gran ventanal de la sala de un hondazo. Mamá salió muy enojada y preguntó quién había sido. Ante el silencio de ellos tres yo tuve la mala idea de delatar al culpable.
El castigo para el hechor eran unos correazos a puerta cerrada, pero en la discusión de ellos tres con mi mamá escuché por primera vez la palabra “adoptada” que gritó Humberto. No entendí bien en aquel momento a qué se refería, pero entre ese episodio y un par más me enteré que yo no era hija biológica de mis padres y por tanto no era hermana de sangre con ellos. Fue duro ya que ahí  empecé un recorrido sin retorno.
Mi nana Laura, que tenía una bebita llamada Julia que yo deseaba creciera pronto para jugar, siempre me consoló y me decía que ni me preocupara de esa lesera. Ella me quería porque su madre había trabajado desde muy joven para la familia de mi papá y como yo era la regalona de él, ella me cuidaba por decirlo de alguna forma.
Comprenderá Padre que tuve una infancia algo solitaria y carente de cariño. Un padre siempre trabajando que solo me dedicaba parte del poco tiempo que tenía libre, una madre adusta que se creía “socialité” y tres hermanastros brutos.

Mis hermanastros se fueron transformando en seres desagradables, altaneros y discriminadores conmigo. Cada vez que podían marcaban esa fría diferencia de la cual yo sin saber claramente por qué, me sentía culpable. Yo era la “huacha” que no pertenecía a esa familia, pero tampoco pertenecía a otra. A veces ellos hacían que la situación fuera más agradable al incluirme en sus juegos, otras simplemente me ignoraban. Me acostumbré a ese tobogán de sensaciones y me acerqué cada vez más a mi nana Laura y a su hija Julita.
En una oportunidad en la que fuimos a jugar al río con mis hermanos. Yo creía que estábamos en un buen momento de nuestra relación. Con engaños me amarraron a un sauce que estaba lleno de cuncunas y volvieron a la casa diciendo que no me habían visto. Desde que vi la primera cuncuna en mi brazo comencé a gritar como loca. Recuerdo haber llorado y gritado de dolor con las mordeduras de esos peludos insectos.
Mi padre me encontró ya entrada la noche. Estaba aterrada, llena de picaduras y casi en estado de shock. Me tuvieron que llevar al Consultorio del pueblo donde me administraron unos calmantes junto a unos ungüentos para la picazón de todo mi cuerpo.
Las palizas de parte de mi padre que se ganaron los tres fueron grandes, al igual que la brecha que se formó desde ese día entre ellos y yo. Nunca hubo un perdón de parte de alguno de los hermanos, aunque siempre aparentaban cínicamente armonía frente a los adultos por lo que mis padres creían que yo exageraba más de la cuenta en mis acusaciones, mientras ellos se cubrían muy bien entre sí.
Todas las noches cenábamos en el gran comedor. Mi padre en una cabecera, mi madre en la otra, mis hermanos y yo a los costados. Mi papá me guiñaba un ojo y ese era el permiso más dulce del día pues yo corría a sentarme en su rodilla y le daba un gran beso en su mejilla. Su bigote me daba cosquillas. A mi madre ese gesto de amor la descomponía y con solo una mirada a ambos sabíamos que cada uno debía ir a su silla y comer callados.
Como comenté antes mi madre quería parecer de la alta sociedad, hacía que Nana Laura se pusiera un delantal blanco y Julita de solo ocho años otro, ambas se ubicaban detrás de nosotros y actuaban mecánicamente al son de unas campanillas que manejaba la dueña de casa. Yo se que a mi padre eso no le gustaba - a mi tampoco - pero vivíamos en un matriarcado.
Julita me confesó un día que esas situaciones le daban pánico, especialmente cuando tenía que llevar platos con sopas o fuentes muy pesadas. Sus manos transpiraban y su corazón palpitaba muy rápido. El menor de mis hermanastros, Anselmo que ya tendría unos 14 años, era el más tirano con Julia, cada vez que podía le llamaba la atención y la ninguneaba. Yo me mordía los labios de rabia.
Un día de invierno un telegrama avisó a papá del fallecimiento de una vieja tía que vivía en la Capital. La noticia le entristeció mucho. Tendrían que debían viajar al Funeral que sería un día jueves. Aprovechando la instancia del viaje, mis padres decidieron viajar el día miércoles y quedarse hasta el domingo para hacer algunas compras de repuestos de maquinaria agrícola y telas para sábanas, cortinas y cobertores. Además, el domingo aprovecharían de ir a ver alguna película al cine.
Me dio pena no ver en tantos días a papá, pero para tranquilizarme me dijo que me traería un lindo vestido de Santiago.
No lo había pensado, pero esos tres días que no estarían en casa me daban la posibilidad de ir al pueblo a averiguar respecto a mi madre biológica. Esa misma noche tendría que convencer a la Nana Laura que me ayudara.
La mañana del día siguiente, cuando vimos desaparecer como un puntito lejano el Chevrolet de mi padre, Nana Laura me miró y tomó fuerte mi mano y me dijo.
-        Está bien, te acompañaré al Hospital y al Registro Civil, pero que nunca lo sepa tu madre, ya sabes cómo es.
Ese mismo día, después de haber ido al Colegio por un par de horas ya que había una actividad de profesores, en vez de volver a casa, me fui a la plaza del pueblo donde ya me esperaba Nana Laura y la Julita. Las tres partimos al único Hospital que había en Linares.
Ya en la Maternidad Laura solicitó los nombres de las parturientas del año 1954 aduciendo que buscaba a una hermana que se había arrancado de la casa en estado de gravidez para evitar la golpiza de su padrastro. No fue fácil porque le pidieron su identidad a lo que ella respondió que obviamente su hermana usaría otros apellidos. Julita y yo solo mirábamos este tira y afloja entre Laurita y una enfermera jefa gorda de pelo corto y gafas gatunas.
Finalmente otra enfermera, bastante más amable que la jefa, se acercó a nosotras y nos dijo que ella nos podría ayudar. Nos pidió que volviésemos más tarde ya que su turno empezaba a las dos y revisaría los libros de ingresos y los expedientes de ese año.

En seguida fuimos al Registro Civil donde yo pedí un acta de Nacimiento. Mi apoderada para tales efectos era mi “tía” Laura, así que luego de presentar ambos documentos de identidad tuvimos que esperar una hora y media hasta que nos hicieran entrega de un documento mecanografiado que decía:
En Linares, a 28 de Septiembre de 1954
ACTA de Nacimiento.
Fecha de Nacimiento: Septiembre 19 de 1954
Sexo : Femenino
Nombre de la madre: Desconocido
Nombre del Padre: Desconocido
Hospital : Municipal de Linares

Anotación: Con fecha 28 de Septiembre de 1954, se procede a autorizar la adopción con plenos poderes y responsabilidades parentales a Don Ramiro Segundo Santander Mendieta, chileno,  Carnet de Identidad N° 2.566.590-k y a doña Isabella Baldani Mori, italiana, pasaporte de la República italiana N° 890-567-12, casados con fecha Abril 14 de 1947, Registro 238 de igual fecha, ambos actualmente domiciliados en Fundo la Trilla, Linares, Chile.
Nada, absolutamente nada mencionaba una pista que me pudiera servir para ir en la búsqueda de mi madre verdadera.
Salí muy conmocionada de aquel viejo edificio, con el Certificado arrugado en mi mano y la mirada vacía. Nana Laura me abrazó, Julita también lo hizo.
Volvimos directo al Hospital. Efectivamente ya no estaba la gorda de anteojos afelinados, sólo estaba nuestra enfermera amiga.
-        Han tenido suerte, dijo entusiasmada al vernos entrar a la Maternidad.
-        ¿En serio? , que nos puede informar, preguntó Laura
-        Era una niña, ¡aquí tengo la ficha! Dijo casi eufórica la enfermera de turno vespertino
(yo sé que soy una niña, pensé para mí). Nació el 19 de septiembre de 1954 a las 22,15 hrs y su peso fue de 3.150 kilos y midió….
-        ¿Y el nombre de la madre? La interrumpí
-        …eh, bueno, solo están los datos del bebé, de la madre no hay absolutamente nada.
Mi corazón dio un vuelco gigante, solo había información mía en aquel hospital y de mis padres adoptivos en el Registro Civil. Me llevé las manos al rostro y comencé a llorar desconsoladamente. La enfermera me miraba atónita sin entender mi reacción. Nana Laura agradeció su preocupación y presurosamente salimos del hospital y tomamos el micro que nos llevaba a casa de vuelta.
El día viernes no me quise levantar, mis ojos estaban encapotados de tanto llorar. Había llegado a la dura conclusión que nunca sabría quién fue mi madre, ni mucho menos las razones que tuvo para dejarme. Creo que ese viernes fue un día muy triste y vacío en mi vida.
Al día siguiente, sábado, mis hermanastros, ya adolescentes valiéndose de la ausencia paterna, organizaron una cacería.
Fue un día completo en que ellos y un grupo de amigos se fueron a cazar codornices y conejos a los cerros, como pretexto para beber y fumar como chinos. Llevaron aguardiente, cognac y vino escondidos en los morrales. Fue un estúpido club de Toby campesino. Me dio lo mismo, mi pena era tan profunda que lo que hicieran esos palurdos me importaba nada.
El día pasó lento, almorcé con Nana Laura y Julita y por la tarde hicimos algunos bordados. Ya a las seis de la tarde tomamos once e insistí a Laura y Julita que aprovecharan de descansar y se fueran a sus aposentos.
Cerca de las diez de la noche, mis hermanastros volvieron a casa.
Venían absolutamente ebrios, bravucones y violentos vociferando sus trofeos, su valor y su valentía. Desde mi alcoba los sentía trajinar abajo, dar vuelta cosas y mucho jaleo imagino buscando comida o algo así. Laurita y Julita ya dormían al fondo de la casa por lo que no escucharon al tropel. Después de un rato en el que todo eran gritos, risotadas y garabatos entre ellos, los escuché subir la gran escala a tropezones.
Unos vacilantes pasos desde la escalera hasta la puerta de mi habitación me pusieron en alerta. Ramiro aporreó mi puerta gritando.
-        Abre la puerta guacha de mierda – gritó como energúmeno.
-        Ramiro!, anda a acostarte y déjame tranquila, grité desde mi cama
-        ¡Que abras la puerta te ordeno! Volvió a gritar con la voz traposa.  Escuché que se le unieron los otros dos.
-        Si no se van ahora tendré que decirles a papá y mamá lo que han hecho hoy! Amenacé.
Parece que mi amenaza los violentó más y los tres comenzaron a darle empellones a la puerta. Yo me acurruqué en la cama aterrada. Finalmente, la puerta cedió y se abrió de golpe.
Estaban sucios, sus miradas vidriosas delataban su borrachera. Llevaban en sus manos unos conejos degollados aun sangrantes que acercaron a mi rostro, era obvio que su intención era fastidiarme con esos pobres animales descuartizados que traían.
Tomaban aguardiente directo de una botella y sus caras estaban rojas y sus ojos desorbitados. Ramiro apenas modulaba, Humberto maldecía y Anselmo se reía como un loco maniático y me gritaba “guacha de mierda” “no tenís madre ni padre”. Humberto tomó un papel desde mi cómoda y con un gesto de la mano calló a los otros dos.
-        Shhh, cállense…escuchen… Acta de Na…nacimiento. Fecha de Nacimiento… Septiembre 19 de 1954… Sexo… femenino. Nombre de la madre: Des-co-no-ci-do, Nombre del Padre… Des-co-no-ci-do… Hospital  Municipal de Linares
Anotación: Con fecha 28 de Septiembre de 1954, se procede a autorizar la adopción con plenos poderes y…
-        ¿Qué mierda es eso? Preguntó Ramiro mirándome con su vista vidriosa.
No sé de donde salió mi fuerza, mi ira, mi brutalidad. Salté de la cama y agarré a Anselmo de la oreja y se la doblé hasta que él se arrodilló frente a mí. Se la quería sacar, quería verlos muertos. Gritó como un energúmeno provocando que sus dos hermanos se fueran encima mío a pegarme y sacarme de encima, pero las cosas se escaparon de las manos cuando entre los forcejeos y lucha, mi camisa de dormir se rasgó dejando a la vista mis muslos y parte de mi pecho. Las líbidos de tres gañanes adolescentes surgieron en ese dormitorio rural. Ramiro se tiró encima de mí y agarró con torpeza mis nalgas, mientras Humberto me abrazó y pasó su asquerosa lengua por mi mejilla. Anselmo que se sobaba la oreja se incorporó y les gritó que me inmovilizaran mientras se bajaba el pantalón.
Me violentaron a la fuerza uno a uno. Mientras uno me tapaba la boca, otro me violaba y otro reía como imbécil. Padre, yo solo tenía trece años. No pude hacer nada por defenderme.
Después los 3 se fueron a dormir su borrachera.
Me levanté como pude y me encerré en el baño sollozando. Me di un largo baño para limpiar mis lágrimas, la sangre y más que nada esa impura sensación que me habían impregnado esa noche estos monstruos.
El Certificado que me delataba desapareció. Registré todo el dormitorio sin suerte.
El terror se instaló desde aquella noche en mi cuarto.
A la mañana siguiente Laurita me preguntó con preocupación por las manchas de sangre que había en mis sábanas. Pensé decirle pero finalmente le mentí diciendo que era la sangre de los conejos que mis hermanos habían usado para molestarme, lo que no le extrañó ya que ella misma se encargó de desollar los animalitos para el estofado que hizo ese día.
La vergüenza y consecuencias que me provocaría delatarlos serían insoportables.

 Callé. Callé desde ese día y por siempre.
 
Comprenderá Padre que he odiado - por tanto he pecado - durante gran parte de mi vida a estos tres sujetos quienes desde ese momento me amenazaron de lo peor y siguieron violentándome cuando se les antojaba.
Nunca dije nada por temor a las monstruosas amenazas que me proferían,  ellos tenían en su poder el Certificado por el que había mentido, y lo que es peor, en el que involucraba a Laurita.  También me recordaban con sarcasmo que nadie me creería si los acusaba, ya que ellos ya tenían una reputación en la zona donde vivíamos y que además se cubrirían por siempre.
Para los efectos yo era adoptada en cambio ellos eran hijos “genuinos”.
Sería su palabra contra la mía en una sociedad machista como la chilena de aquellos años en la que una mujer violada era lo mismo que una puta.
Los comentarios habrían sido : “Quizás cómo los habrá provocado esta niñita adoptada para que le pasara eso” ; “Está mintiendo, seguramente se metió con un gañán y ahora le echa la culpa a los hermanos”; “Uno nunca sabe con los adoptados, quizás que costumbres traen”…

Viví aterrorizada por años.
Dormía con llave, salía a escondidas, evitaba estar sola, aún así soporté acosos en rincones de la casa, manoseos viles, sonrisas socarronas, humillaciones espantosas. Mis padres adoptivos nunca supieron o, hoy lo pienso,  nunca quisieron saber las atrocidades que cometieron sus hijos en aquella casa conmigo.

Por fin logré independizarme, al poco de salir del colegio dejé mi hogar paterno y me vine a Santiago a estudiar Economía y posteriormente a vivir. Llegué como a los 20 años a reempezar, a olvidar. Hoy pienso que mi padre tenía serias sospechas de lo que habían hecho sus hijos conmigo ya que pese a ser muy conservador, no puso obstáculos en autorizarme y financiarme mi estadía pese a la negativa de mi madre.

Empecé mi proceso de resilencia.  No lo logré.

Nunca me casé, nunca puede mantener una relación normal con eventuales parejas, mi trauma me acompañó por toda la vida. Odié en silencio a esos tres animales cada minuto de mi vida, pero por respeto a mi padre callé por siempre. Mi relación con los 3 sujetos dejó de existir.
No viajaba a Linares, siempre inventé pretextos, exámenes, cenas, en fin, mil razones para no ver a los desgraciados. A veces mi papá viajaba a Santiago con algún pretexto y me pasaba a ver. En sus ojos dulces y en sus manos tibias sentí amor verdadero, pero nunca hablamos de nada especial.
En diez años debo haber vuelto no más de ocho veces a Linares, casi todas por alguna fiesta de Navidad o cumpleaños y una especialmente muy dolorosa, cuando mi nana Laura falleció, fui a su funeral y aprovechando mi estancia allá le rogué a Julita que se viniera a Santiago conmigo, Yo tenía 30 y Julita andaba en los 25 o 26.
Lo hizo y finalmente se transformó en mi brazo derecho, pese a que yo no lo acepté e hice lo posible para que se independizara, no hubo caso. Eso sí mantuvo su independencia física viviendo fuera ya que ella se casó muy joven con un buen hombre. Julita fue definitivamente la hermanita que nunca tuve.
Mis padres adoptivos fallecieron en un accidente de auto hace 15 años. Solo gasté lágrimas en mi padre, él siempre me quiso, a su manera, pero lo hizo. Su mujer no.
Heredamos una gran fortuna que para mi sorpresa fue dividida entre los 4 de igual manera. El campo, la casa, el dinero. Eso no me lo esperaba, creo que de alguna forma papá intuyó la maldad de sus hijos conmigo y esta fue una forma de pagarlo, no lo sé, ni tampoco me interesa, ni es relevante en esta confesión.
Ellos, los imbéciles de mis hermanastros dilapidaron sus respectivas fortunas en pocos años. Nuestra relación hasta entonces era muy distante y obviamente tirante, pero la necesidad de dinero les hizo transformarse en preocupados hermanos y desde entonces empezaron a rondarme como moscas a la miel.
Que manga de imbéciles, pero bueno Padre, les seguí el juego, me gustaba verlos humillados y débiles cuando me rogaban tal o cual favor. Sin darse cuenta, poco a poco empezaron a comer en mi mano.

Hermana préstame cinco millones te los pago con parte del terreno, necesito pagar una deuda de juego; hermana solo necesito diez millones y te firmo un pagaré, así empezaron a encalillar gran parte de sus bienes raíces. El campo había sido distribuido en cuatro, pero al cabo de un tiempo yo ya era dueña de más de tres cuartas partes.
Hace algo más de un año comencé a sufrir fuertes cefaleas nocturnas, tanto que ningún medicamento me aplacaba el dolor.
Visité a dos médicos amigos, me derivaron a un neurólogo y posteriormente a un oncólogo, después de innumerables exámenes, dos scanner de cerebro y varias tomografías el diagnóstico fue artero. Tenía cáncer
Y el pronóstico aun más lapidario. Viviría 10 a 12 meses máximo, no había cura alguna.
Solo Julita supo de mi enfermedad, nadie más.
Pasó este año, el último. Los dolores se incrementaron y la muerte me comenzó a cortejar inexorablemente.
Padre, cuando uno sabe con certeza que va a morir hay algo en el interior que hace ver las cosas desde otras ópticas, algunas verdaderamente diferentes y sorprendentes. Mi vida había sido triste, nada me amarraba a este mundo pero en ella persistían deudas y no quería dejarlas sin resolver.
Lo pensé mucho, reflexioné, lloré nuevamente, recordé los eventos, la casa paterna, mi Nana Laura, los hermanastros, traté de poner las cosas en orden, habían pasado ya tantos años, mi padre ya no estaba, solo me quedaban unas pocas semanas de vida.

Por todo esto, decidí celebrar en forma mi último cumpleaños, exactamente el 28 de Agosto pasado. Lo pensé con el corazón. No me podía ir de este mundo con esas deudas ni rencores. Recuerdo Padre que en mi última confesión hace dos semanas usted me dijo algo que me aclaró totalmente como debía dejar este mundo para irme en paz.
-        Hija, el dolor y el rencor pueden acompañarte hasta la muerte y será muy doloroso o puedes recapacitar, perdonar y vivir en la gloria del Señor. Piénsalo, solamente está en ti, en tus manos…
Gracias Padre, esa frase, ese consejo cristiano, ese consejo divino fue el que guió mis últimos días.
Extendí una invitación de cumpleaños especial a cada uno de mis hermanos, les pedía que fueran sin mujeres, sin hijos, sin extraños, solo los cuatro nos juntaríamos para celebrar mis 55 años y así poder cerrar todos y juntos de una vez por todas esas heridas abiertas y capítulos de mi vida y de la de ellos. Lógicamente lo entendieron, sería la cena de la reconciliación y del perdón. Los cuatro volveríamos a abrazarnos y llorar juntos.
Mi departamento lucía aquella noche como un verdadero palacio. Todo lujo y buen gusto.
Vajilla italiana, cubiertos de plata y cristalería alemana. Mis hermanos ya viejos y cancinos, me trajeron regalos y flores. Fueron en extremo cuidadosos y gentiles.
Comimos considerablemente bien, tomamos aún mejor, hubo risas, brindis, lágrimas y recuerdos de los permitidos y de algunos sombríos, hablamos de los padres que curiosamente ellos describieron como ausentes y lejanos. Incluso hubo en un momento esbozos de un perdón que yo paré con un gesto de mi mano y una mirada complaciente, total ya éramos adultos.
En la medida que la situación se distendía todo fluía maravillosamente. Nuevos brindis, carcajadas, palmoteos y bromas. Más de algún comentario a mi evidente buena situación se deslizó en la mesa. Al promediar la velada los 3 estaban bastante ebrios, la adicción al alcohol no la habían superado nunca. Cuando finalmente se marcharon felices por aquel reencuentro y los seguros dividendos que mi perdón les reportaría, me senté en mi sillón preferido y abrí la botella de whisky de una malta regalada por Ramiro y bebí un buen trago. Era un excelente licor aquel Glenlivet.

Julia llegó al poco rato de la partida de mis invitados asegurándome que estaba todo hecho.
Me despedí con lágrimas de mi inseparable “hermanita” por casi 5 décadas.
Luego ya sola monté cuidadosamente la escena y sonriendo me bebí el veneno con el que saciaría mi sed de venganza. Morí esa noche, me había adelantado un par de meses al cáncer que desconocían mis hermanastros.
Mi leal Julia, se había encargado de sembrar las evidencias de “mi asesinato”.
Todo perfecto.
En el auto de Ramiro, dejó un minúsculo frasco casi vacío del mismo veneno que encontrarán en mi cuerpo, con sus huellas astutamente conseguidas esa noche cuando le pedí que me abriera el pimentero.

En uno de los bolsillos de una vieja chaqueta de caza de Humberto estarían las boletas de compra de los 3 compuestos de la pócima - de cuya compra real se encargó el marido de Julia, de contextura muy similar a la de mi hermano -

Y en la casa de Anselmo, había un mortero de piedra con restos de la preparación del veneno escondido parcialmente en el garage.
Un par de llamadas anónimas de Julia y su marido generaron la más acuciosa investigación de la Policía de Investigaciones. Este era un crimen en la “socialité” criolla – lo que a mamá le habría encantado - por tanto muy bullado.
La probable confusión de declaraciones inconexas por la borrachera de mis hermanos esa noche, la existencia de un móvil claro al ser revisados sus estados financieros y el mío, las pruebas irrefutables encontradas entre sus pertenencias, las múltiples huellas digitales en mi departamento, en el vaso del Glenlivet y los restos del veneno detectados en mi autopsia serían más que suficientes. Quedaría demostrado que los tres hermanos tenían el móvil y las evidencias delataban su confabulación al haber planeado mi asesinato.
La prensa los condenaría rápidamente, un buen Juez también. Pasarían lo que les resta de vida en prisión.
Padre, como verá, no recapacité ni perdoné, por tanto perdóneme porque he pecado.
Encomendada a la Virgen Santísima y a Nuestro Señor Padre pido su perdón. En el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo, amén.  

Clara Carmen Santander Baldanni
Post Data:
Ah, por cierto Padre y siempre bajo el secreto de confesión,  toda mi herencia fue a una agrupación de menores vulnerados. A mi leal Julia y su marido les heredé mi departamento y algunas pertenencias. Sólo ocupé dos millones de pesos en efectivo en el pago de los honorarios de un grupito de convictos conocidos por violar a abusadores, a quienes se les informó debidamente de la historia de mis tres hermanitos.
FIN

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