lunes, 1 de octubre de 2018

Instrumentos de la pasión.


Allá, muy lejos, más allá de las nubes, más allá de rayos de sol peregrinos, muy cerca del Paraíso, muy cerca de Dios, aquellos hermosos y jóvenes ángeles miraron hacia la tierra y observaron con pena esa gran metrópoli tan llena de odios, de intrigas y de desgracias.
Ellos eran los iniciados, aquellos creados por Dios para glorificar a los hombres.

-        ¿Podremos ayudar? Se preguntaron unos a otros.
-        No dijo Blas, tal como ha dicho El, “su gobierno cae sobre sus propios hombros”…
-        Pero son humanos. .Atinó a decir tímidamente Persano-, además ellos saben que Su trono está sobre una columna y la adoran.
-        ¡Adoración falsa por desgracia!- Dijo con una mueca de desencanto Alois, el más fuerte de ellos-. ¡Míralos!
Sobre la tumba de Pedro, pronto construirán un templo maravilloso para adorarlo y estar más cerca de él, pero lo harán a sólo media legua del lugar donde el Emperador Adriano edificó aquel puente que costó cientos de vidas humanas! y sólo por el capricho de unir la ciudad con su mausoleo…¡Adriano quería ser inmortal!
-        ¿Y qué me dicen de aquel grupo que se está formando que se hará llamar los Iluminatti y desafiarán la Fe desde su extraña ciencia?…¡ellos se apropiarán de aquel castillo sin que nadie lo sepa, ni el mismo heredero de Pedro! -Interrumpió un exaltado Alexis.

Nuevamente los ángeles miraron hacia el Tíber, hacia el gran castillo que era más bien una fortaleza inexpugnable y a ese puente de cinco arcadas llamado Pons Aelius construido tan sólo 134 años después de la crucifixión del Señor.
La historia de aquel puente había sido y sería por siglos cruel. Muertes, derrumbes, ejecuciones, tributos y ahora la peste negra que asolaba y castigaba a fieles e infieles.

Las genuinas lágrimas de Manú, el ángel más niño y aún muy sensible al dolor humano, escaparon de sus pupilas y cayeron grácilmente en el hombro de Metratrón que estaba en una nube más abajo. El era el máximo, el elegido, el que estaba siempre con el Arcángel Gabriel. Sólo ese pequeño y húmedo contacto permitió a Metratrón detectar al momento de las penas de aquellos ángeles jóvenes y briosos, que en ese momento se estaban impregnando de las divinidades supremas, pero también de las falsedades terrenales. Estaban aprendiendo a ser ángeles.

-        …son jóvenes, plenos de ilusión y caridad mi Señor. Quieren ser mensajeros de bondad. Sufren por lo que ven hoy y lo que ven del mañana…-dijo Metratrón.
-        Si, son hermosos, son limpios, son iniciados. -Replicó Gabriel
-        Tú sabes que la peste negra terminará pronto, permite que uno de ellos haga la proclama en lugar de uno de nosotros como ha sido en anteriores calamidades. -Suplicó Metratrón
-        Si es tu parecer y ello nos permite la forja de ángeles permeables al dolor del hombre, que así sea, y que sean inmortales por ello. -Sentenció Gabriel
-        ¿Como mi Señor?
-        Sueños e ilusiones, belleza juvenil, ellos sabrán hacerlo porque su corazón los guiará. Míralos, escúchalos…son cómo los instrumentos de la pasión, puros y claros.

Así, una noche, con la ciudad en penumbras y abatida por la podredumbre de la peste, Manú, el joven ángel elegido para esta tarea, descendió sobre el tejado de las arcillosas tejas del castill o junto al puente para anunciar el final de una plaga que había matado a más de cincuenta millones de seres humanos. Su cuerpo fulguró en esa cúspide por un corto momento y al menos un centenar de romanos vieron aquella maravillosa aparición.  El rumor se propagó en horas y se transformó en una deidad cuando a los pocos días, la peste empezó a rescindir en toda Europa. Corría el año del señor de 1361 según el calendario romano.
Así, con la fuerza de la Fe de los ciudadanos de Roma, aquel puente fue rebautizado cómo el Ponte D´Sant Angelo. El Papa de aquel entonces ordenó al joven escultor Raffaello da Montelupo, discípulo de Miguel Angel que erigiera diversas figuras de ángeles en su honor. Pero sólo autorizó el financiamiento para estuco, escayola y cascote para cautelar las arcas del Vaticano, en ese entonces muy alicaídas debido además de la rescindida Peste Negra, por las permanentes peregrinaciones y cruzadas que debía financiar la Iglesia Católica.

Con este nuevo Ponte D´Sant Angelo y aquellas maravillosas estatuas, desgraciadamente construidas  con malos materiales,  pasaron muchos años.

Un día, de vuelta de una larga misión en un continente nuevo y altamente sublevado, Blas miró con desdén aquellas gastadas réplicas aladas del Ponte Sant Angelo y preguntó.
-        ¿Cuántos años terrestres han pasado desde que bajó allí Manú?
-        Mmmhhh, cómo 100…ó 200 creo… -respondió Alois.
-        Y siguen las guerras, las injusticias, la avaricia. Parece que nos olvidaron. De nada sirven esas bellas estatuas que nos representan.
-        Además con el paso del tiempo se han deteriorado mucho Blas, mira, a ti te falta un ala y a mí,  la nariz y un brazo!
-        No sólo es eso mi amigo. Son sólo figuras, no tienen un mensaje, carecen de contenido, fíjate en sus manos, están vacías. Ni siquiera contienen los santos grabados en su capitel. Más que ángeles son simples querubines.
-        El humano ya no ve la belleza simbólica, son demasiado concupiscentes y Roma, que es hoy la Babilonia del arte, no nos ha dado siquiera un espacio. No amigo mío. Ya no estamos allí. -Comentó con tristeza Alois.


En  el ala oeste del Palacio del Vaticano, en el gran dormitorio de las siete llaves, Clemente IX dormía. Había sido un día largo y extenuante. Afuera, la guardia papal suiza velaba por el descanso de Su Santidad.
Se había dormido triste, el año del Señor de 1655; mostraba una humanidad fuera de límites, las ambiciones de los grandes y mal llamados mecenas pasaban por sobre la iglesia, arrastraban con su poder el caos y la maldad, ya nadie parecía recordar la palabra del Señor, la injusticia imperaba y él estaba cansado, muy cansado.

Un largo pasillo muy iluminado se abrió en el sueño del Papa: caminaba hacia la luz muy lentamente. Aquellas inscripciones en latín en los muros llamaron su atención. Eran muchas, exactamente diez.

"Tronus meus in columna". (Mi trono está sobre una columna); "In flagella paratus sum". (Estoy preparado para la fusta); "In aerumna mea dum configitur spina". (En mi aflicción, mientras las espinas penetran en mí); Respice faciem Christi tui  (Mira el rostro de Cristo)
"super vestimentum meum miserunt sortem". (Sobre mis vestiduras echan la suerte);
"Aspicient ad me quem confixerunt". (Los que me han perforado, me mirarán); "Cuius principatus super humerum eius". (Su gobierno cae sobre su hombro); "Regnavit a ligno deus". (Dios ha reinado desde el Árbol); "Potaverunt me aceto". (Me dieron a beber vinagre); "Vulnerasti cor meum". (Has vulnerado mi corazón)

Al fondo, en una especie de elipse un bello ser alado le sonreía y acogía.
-        ¿Quién sois?, ¿acaso Gabriel? -Preguntó Clemente al ángel.
-        No Su Santidad, sólo soy un enviado.
-        ¿Por favor decidme, qué significado doy a estas inscripciones? -Dijo indicando las inscripciones del muro con su índice.
-        Una columna, las fustas, la corona de espinas, el santo sudario, la inscripción INRI, los herrosos clavos, aquella cruz, la lanza, la esponja… ¿no te dicen nada?
-        Por cierto,…son los instrumentos de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo.
-        Pero tu pueblo, los romanos los han olvidado, no viven en sus corazones, no están en su mente. Debes recordárselos, esa es tu misión.
-        Lo hago a diario, y no sólo yo, todos mis cardenales, obispos y sacerdotes les damos la palabra de nuestro Señor…
-        Clemente….constrúyelo, grábalo, que a diario lo vean, lo aquilaten y con la mayor hermosura, para que se detengan en la contemplación, para que sus almas se vuelvan a abrir hacia Él.

La imagen se desvaneció.
Clemente despertó sudoroso.

A esa misma hora, muy cerca de la Piazza dil Popolo, en un pequeño y hermosísimo palacio ubicado a los pies del Pincio, en la via Flaminia, Gian Lorenzo despertó súbitamente.
En su retina invisible veía vívido su sueño de esa noche. Había soñado con el Papa Clemente, lo que no era extraño, ya que él había gozado del favor y protección de todos los herederos de Pedro por su extraordinario talento. Lo que si le perturbó fue la situación.  Clemente conversaba con un ángel maravilloso, con el más bello rostro que jamás nunca hubiese visto. Su perfil era perfecto, sus cabellos ensortijados le daban un aire casi infantil, la oblicuidad de su mirada sólo generaba amor y dulzura, sus manos eran delgadas y de piel casi translúcida, un cuerpo firme y de perfección vitruviana mostraba energía y también protección. A sus pies, destacaban elementos dispersos, clavos, un trozo de madera, una esponja en su vara, una columna, un manto…Clemente lloraba, estaba  erguido mirando hacia el cielo, con sus manos apoyadas en su rostro, desencajado. Ambos estaban en un gran puente de cinco arcadas, flanqueado por las estatuas de los apóstoles San Pedro y San Pablo. Sin dudas era el Ponte D´Sant Angelo

Al despuntar el alba, la aldaba de su puerta sobresaltó a la sirvienta que le servía el desayuno.
-        Ve a abrir, es el Camarlengo Vittorio Messina.  -Dijo Gian Lorenzo a la empleada sin inmutarse.
Efectivamente, a los pocos segundos el Camarlengo y un pequeño séquito entraban al amplio estar dónde los esperaba Gian Lorenzo. La conversación fue clara y precisa. El Papa Clemente IX encomendaba a Bernini la creación de diez ángeles portando los instrumentos de la pasión, para ser ubicados en el Ponte Sant Angelo, en reemplazo de los de estuco actuales. Cinco a cada lado, dejando en la mitad del puente las esculturas de Pedro y Pablo y trasladando hacia la salida a Roma, las de los cuatro evangelistas y patriarcas que representaban las estatuas de Adán, Noé, Abrahán y Moisés, construidas bajo el papado de Urbano. Era todo una reordenamiento de los símbolos sagrados en la ruta vial al templo del Vaticano.

De esta forma, de las portentosas manos de Bernini nacieron los ángeles más bellos de Roma, tal y cómo lo vio en su sueño con el Papa. Esculpió en piedra caliza y mármol travertino diez ángeles, diez símbolos, los diez Instrumentos de la Pasión.

Un ángel sosteniendo entre sus dos manos una gruesa columna, otro semi agachado con el Santo Sudario mantenido en sus dos antebrazos, un tercero con los clavos de la crucifixión en su mano izquierda y uno en la derecha, otro con la vara y la esponja que limpiaron el cuerpo de Cristo, el de la gran cruz sostenida en alto semi recostado sobre su derecha, un querube con la lanza sostenida entre ambas manos apuntando al cielo, la corona perfectamente tallada sobresalía de las manos de otro ángel.

La peregrinación no cesó en años, todos los romanos y quienes visitaban la ciudad cruzaron muchas veces aquel puente en su camino a San Pedro, e inefablemente todos se detenían a ver y adorar a los bellos ángeles de Bernini. Así, los Instrumentos de la Pasión, el clamor y la misericordia llenaron de vida aquella y espiritualidad la ciudad de las siete colinas, hasta el día de hoy.

Allá, muy lejos, más allá de las nubes, más allá de rayos de sol peregrinos, muy cerca del Paraíso, muy cerca de Dios, aquellos hermosos y jóvenes ángeles sonrieron.


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