Allá, muy lejos, más
allá de las nubes, más allá de rayos de sol peregrinos, muy cerca del Paraíso,
muy cerca de Dios, aquellos hermosos y jóvenes ángeles miraron hacia la tierra
y observaron con pena esa gran metrópoli tan llena de odios, de intrigas y de
desgracias.
Ellos eran los
iniciados, aquellos creados por Dios para glorificar a los hombres.
-
¿Podremos ayudar? Se preguntaron
unos a otros.
-
No dijo Blas, tal como ha dicho
El, “su gobierno cae sobre sus propios hombros”…
-
Pero son humanos. .Atinó a decir
tímidamente Persano-, además ellos saben que Su trono está sobre una columna y
la adoran.
-
¡Adoración falsa por desgracia!-
Dijo con una mueca de desencanto Alois, el más fuerte de ellos-. ¡Míralos!
Sobre la tumba de Pedro, pronto construirán un templo maravilloso para adorarlo y estar más cerca de él, pero lo harán a sólo media legua del lugar donde el Emperador Adriano edificó aquel puente que costó cientos de vidas humanas! y sólo por el capricho de unir la ciudad con su mausoleo…¡Adriano quería ser inmortal!
Sobre la tumba de Pedro, pronto construirán un templo maravilloso para adorarlo y estar más cerca de él, pero lo harán a sólo media legua del lugar donde el Emperador Adriano edificó aquel puente que costó cientos de vidas humanas! y sólo por el capricho de unir la ciudad con su mausoleo…¡Adriano quería ser inmortal!
-
¿Y qué me dicen de aquel grupo que
se está formando que se hará llamar los Iluminatti y desafiarán la Fe desde su
extraña ciencia?…¡ellos se apropiarán de aquel castillo sin que nadie lo sepa,
ni el mismo heredero de Pedro! -Interrumpió un exaltado Alexis.
Nuevamente los
ángeles miraron hacia el Tíber, hacia el gran castillo que era más bien una
fortaleza inexpugnable y a ese puente de cinco arcadas llamado Pons Aelius
construido tan sólo 134 años después de la crucifixión del Señor.
La historia de aquel
puente había sido y sería por siglos cruel. Muertes, derrumbes, ejecuciones,
tributos y ahora la peste negra que asolaba y castigaba a fieles e infieles.
Las genuinas lágrimas
de Manú, el ángel más niño y aún muy sensible al dolor humano, escaparon de sus
pupilas y cayeron grácilmente en el hombro de Metratrón que estaba en una nube
más abajo. El era el máximo, el elegido, el que estaba siempre con el Arcángel
Gabriel. Sólo ese pequeño y húmedo contacto permitió a Metratrón detectar al
momento de las penas de aquellos ángeles jóvenes y briosos, que en ese momento
se estaban impregnando de las divinidades supremas, pero también de las
falsedades terrenales. Estaban aprendiendo a ser ángeles.
-
…son jóvenes, plenos de ilusión y
caridad mi Señor. Quieren ser mensajeros de bondad. Sufren por lo que ven hoy y
lo que ven del mañana…-dijo Metratrón.
-
Si, son hermosos, son limpios, son
iniciados. -Replicó Gabriel
-
Tú sabes que la peste negra
terminará pronto, permite que uno de ellos haga la proclama en lugar de uno de
nosotros como ha sido en anteriores calamidades. -Suplicó Metratrón
-
Si es tu parecer y ello nos
permite la forja de ángeles permeables al dolor del hombre, que así sea, y que
sean inmortales por ello. -Sentenció Gabriel
-
¿Como mi Señor?
-
Sueños e ilusiones, belleza
juvenil, ellos sabrán hacerlo porque su corazón los guiará. Míralos,
escúchalos…son cómo los instrumentos de la pasión, puros y claros.
Así, una noche, con
la ciudad en penumbras y abatida por la podredumbre de la peste, Manú, el joven
ángel elegido para esta tarea, descendió sobre el tejado de las arcillosas
tejas del castill o junto al puente para anunciar el final de una plaga que
había matado a más de cincuenta millones de seres humanos. Su cuerpo fulguró en
esa cúspide por un corto momento y al menos un centenar de romanos vieron
aquella maravillosa aparición. El rumor
se propagó en horas y se transformó en una deidad cuando a los pocos días, la
peste empezó a rescindir en toda Europa. Corría el año del señor de 1361 según
el calendario romano.
Así, con la fuerza de
la Fe de los ciudadanos de Roma, aquel puente fue rebautizado cómo el Ponte
D´Sant Angelo. El Papa de aquel entonces ordenó al joven escultor Raffaello da
Montelupo, discípulo de Miguel Angel que erigiera diversas figuras de ángeles
en su honor. Pero sólo autorizó el financiamiento para estuco, escayola y
cascote para cautelar las arcas del Vaticano, en ese entonces muy alicaídas
debido además de la rescindida Peste Negra, por las permanentes peregrinaciones
y cruzadas que debía financiar la Iglesia Católica.
Con este nuevo Ponte
D´Sant Angelo y aquellas maravillosas estatuas, desgraciadamente
construidas con malos materiales, pasaron muchos años.
Un día, de vuelta de
una larga misión en un continente nuevo y altamente sublevado, Blas miró con
desdén aquellas gastadas réplicas aladas del Ponte Sant Angelo y preguntó.
-
¿Cuántos años terrestres han
pasado desde que bajó allí Manú?
-
Mmmhhh, cómo 100…ó 200 creo…
-respondió Alois.
-
Y siguen las guerras, las
injusticias, la avaricia. Parece que nos olvidaron. De nada sirven esas bellas
estatuas que nos representan.
-
Además con el paso del tiempo se
han deteriorado mucho Blas, mira, a ti te falta un ala y a mí, la nariz y un brazo!
-
No sólo es eso mi amigo. Son sólo
figuras, no tienen un mensaje, carecen de contenido, fíjate en sus manos, están
vacías. Ni siquiera contienen los santos grabados en su capitel. Más que
ángeles son simples querubines.
-
El humano ya no ve la belleza
simbólica, son demasiado concupiscentes y Roma, que es hoy la Babilonia del
arte, no nos ha dado siquiera un espacio. No amigo mío. Ya no estamos allí.
-Comentó con tristeza Alois.
En el ala oeste del Palacio del Vaticano, en el
gran dormitorio de las siete llaves, Clemente IX dormía. Había sido un día
largo y extenuante. Afuera, la guardia papal suiza velaba por el descanso de Su
Santidad.
Se había dormido
triste, el año del Señor de 1655; mostraba una humanidad fuera de límites, las
ambiciones de los grandes y mal llamados mecenas pasaban por sobre la iglesia,
arrastraban con su poder el caos y la maldad, ya nadie parecía recordar la
palabra del Señor, la injusticia imperaba y él estaba cansado, muy cansado.
Un largo pasillo muy
iluminado se abrió en el sueño del Papa: caminaba hacia la luz muy lentamente.
Aquellas inscripciones en latín en los muros llamaron su atención. Eran muchas,
exactamente diez.
"Tronus meus in
columna". (Mi trono está sobre una
columna); "In flagella paratus sum". (Estoy preparado para la fusta); "In aerumna mea dum configitur spina". (En mi aflicción, mientras las
espinas penetran en mí); Respice faciem Christi tui (Mira
el rostro de Cristo)
"super vestimentum meum miserunt sortem". (Sobre mis vestiduras echan la
suerte);
"Aspicient ad me quem confixerunt". (Los que me han perforado, me mirarán); "Cuius
principatus super humerum eius". (Su
gobierno cae sobre su hombro); "Regnavit a ligno deus". (Dios ha reinado desde el Árbol); "Potaverunt
me aceto". (Me dieron a beber
vinagre); "Vulnerasti cor meum". (Has vulnerado mi corazón)
Al fondo, en una
especie de elipse un bello ser alado le sonreía y acogía.
-
¿Quién sois?, ¿acaso Gabriel?
-Preguntó Clemente al ángel.
-
No Su Santidad, sólo soy un
enviado.
-
¿Por favor decidme, qué
significado doy a estas inscripciones? -Dijo indicando las inscripciones del
muro con su índice.
-
Una columna, las fustas, la corona
de espinas, el santo sudario, la inscripción INRI, los herrosos clavos, aquella
cruz, la lanza, la esponja… ¿no te dicen nada?
-
Por cierto,…son los instrumentos
de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo.
-
Pero tu pueblo, los romanos los
han olvidado, no viven en sus corazones, no están en su mente. Debes
recordárselos, esa es tu misión.
-
Lo hago a diario, y no sólo yo,
todos mis cardenales, obispos y sacerdotes les damos la palabra de nuestro
Señor…
-
Clemente….constrúyelo, grábalo,
que a diario lo vean, lo aquilaten y con la mayor hermosura, para que se
detengan en la contemplación, para que sus almas se vuelvan a abrir hacia Él.
La imagen se
desvaneció.
Clemente despertó
sudoroso.
A esa misma hora, muy
cerca de la Piazza dil Popolo, en un pequeño y hermosísimo palacio ubicado a
los pies del Pincio, en la via Flaminia, Gian Lorenzo despertó súbitamente.
En su retina invisible
veía vívido su sueño de esa noche. Había soñado con el Papa Clemente, lo que no
era extraño, ya que él había gozado del favor y protección de todos los
herederos de Pedro por su extraordinario talento. Lo que si le perturbó fue la
situación. Clemente conversaba con un
ángel maravilloso, con el más bello rostro que jamás nunca hubiese visto. Su
perfil era perfecto, sus cabellos ensortijados le daban un aire casi infantil,
la oblicuidad de su mirada sólo generaba amor y dulzura, sus manos eran delgadas
y de piel casi translúcida, un cuerpo firme y de perfección vitruviana mostraba
energía y también protección. A sus pies, destacaban elementos dispersos,
clavos, un trozo de madera, una esponja en su vara, una columna, un
manto…Clemente lloraba, estaba erguido
mirando hacia el cielo, con sus manos apoyadas en su rostro, desencajado. Ambos
estaban en un gran puente de cinco arcadas, flanqueado por las estatuas de los
apóstoles San Pedro y San Pablo. Sin dudas era el Ponte D´Sant Angelo
Al despuntar el alba,
la aldaba de su puerta sobresaltó a la sirvienta que le servía el desayuno.
-
Ve a abrir, es el Camarlengo
Vittorio Messina. -Dijo Gian Lorenzo a
la empleada sin inmutarse.
Efectivamente, a los
pocos segundos el Camarlengo y un pequeño séquito entraban al amplio estar
dónde los esperaba Gian Lorenzo. La conversación fue clara y precisa. El Papa
Clemente IX encomendaba a Bernini la creación de diez ángeles portando los
instrumentos de la pasión, para ser ubicados en el Ponte Sant Angelo, en
reemplazo de los de estuco actuales. Cinco a cada lado, dejando en la mitad del
puente las esculturas de Pedro y Pablo y trasladando hacia la salida a Roma,
las de los cuatro evangelistas y patriarcas que representaban las estatuas de
Adán, Noé, Abrahán y Moisés, construidas bajo el papado de Urbano. Era todo una
reordenamiento de los símbolos sagrados en la ruta vial al templo del Vaticano.
De esta forma, de las
portentosas manos de Bernini nacieron los ángeles más bellos de Roma, tal y
cómo lo vio en su sueño con el Papa. Esculpió en piedra caliza y mármol
travertino diez ángeles, diez símbolos, los diez Instrumentos de la Pasión.
Un ángel sosteniendo
entre sus dos manos una gruesa columna, otro semi agachado con el Santo Sudario
mantenido en sus dos antebrazos, un tercero con los clavos de la crucifixión en
su mano izquierda y uno en la derecha, otro con la vara y la esponja que
limpiaron el cuerpo de Cristo, el de la gran cruz sostenida en alto semi
recostado sobre su derecha, un querube con la lanza sostenida entre ambas manos
apuntando al cielo, la corona perfectamente tallada sobresalía de las manos de
otro ángel.
La peregrinación no
cesó en años, todos los romanos y quienes visitaban la ciudad cruzaron muchas
veces aquel puente en su camino a San Pedro, e inefablemente todos se detenían
a ver y adorar a los bellos ángeles de Bernini. Así, los Instrumentos de la
Pasión, el clamor y la misericordia llenaron de vida aquella y espiritualidad
la ciudad de las siete colinas, hasta el día de hoy.
Allá, muy lejos, más
allá de las nubes, más allá de rayos de sol peregrinos, muy cerca del Paraíso,
muy cerca de Dios, aquellos hermosos y jóvenes ángeles sonrieron.
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