viernes, 8 de marzo de 2024

 

La Virgen y la sombra

A las dos de la madrugada Joaquín Moraleda de Provoste me llamó por teléfono. Una llamada inquietante de alguien que se caracteriza por su prudencia y recato. Moraleda de Provoste, de profesión restaurador, llevaba algunos años investigando a oscuros artistas europeos que llegaron a América entre los años 1580 y 1660. Sus obras representaban visiones infernales. Concepto novedoso para la población inculta de este continente. Joaquín estaba obsesionado tras la huella de un personaje: el Abate Vidaurre de Jaén y su serie de las tentaciones, específicamente Locura y lujuria sacrosanta

En su voz detecté una ansiedad y energía que no le eran característicos.

 -          Martín, discúlpame por llamar a esta hora, pero necesito que lo sepas a la brevedad…

 -          Tranquilo Joaquín, ya me he despabilado, así que dime que te ha pasado.

 -          ¿Recuerdas aquel cuadro que encontramos en la colección de las Carmelitas hace unos años que se llamaba “La virgen y la sombra”?, la que hoy tengo en la pared de mi despacho…

 -          Ahhh, si claro, la hermosa virgen con rostro cómo porcelana… de un pintor de la escuela portuguesa…Figueredo, Figuereido…ehhh?

 -          Cristovao de Figueiredo

 -          Por cierto, la recuerdo, una pintura más bien ingenua, pese a la escuela como tú mismo me dijiste cuando la encontramos.

 -          Bueno, pues he descubierto que esa pintura no fue pintada acá en América. ¡Fue el propio Abate Vidaurre de Jaén quien la trajo desde Europa ya pintada!

 -          ¿Y que tiene eso de particular Alfonso?

 -          No recuerdas que la Iglesia católica de América no aceptaba en aquel entonces ni literatura, ni pintura que medianamente blasfemara a Dios? …Bueno, recuerda que esa pintura representa a Cristo cómo una sombra que intenta seducir a la virgen…

 -          Pero Joaquín, esa fue una suposición tuya y quizás de las monjas Carmelitas hasta dónde recuerdo, casi en broma, pero no era así, era una hermosa virgen.

 -      Respondí aplacando a mi excitado amigo. 

-            Escúchame Marcial, eso no importa ahora, lo que no sabes es lo que esa pintura esconde.

 -          Explícate, ¿a qué te refieres?

 -          Mira, comencé un trabajo de restauración y….

 

La señal telefónica se cortó. Un intento de llamada mío dio con la línea de Joaquín ocupada. Esperé pacientemente que él me llamara de vuelta. No lo hizo. Me dormí.

Al despertar la mañana siguiente recordé lo sucedido y me extrañó que Joaquín no volviera a llamarme, dado el estado de excitación en el que se encontraba. 

Decidí ir a su casa, dónde por supuesto tenía su magnífico estudio.

El día estaba nublado y frío, pero la brisa matinal llenó mis pulmones de aire puro, por lo que decidí caminar las quince cuadras que separaban mi casa de la de Alfonso.

“Cristovao de Figueiredo entre 1522 y 1533, trabajó en el Monasterio de Santa Cruz en Coimbra y, en 1533, de nuevo se unió Garcia Lopes Fernandes y Gregório en la pintura de retablos para el monasterio de Ferreirim, cerca de Lamego .

Muchas de sus pinturas se encuentran ahora en el Museo Nacional de Arte Antiguo de Lisboa y el Museo Machado de Castro de Coimbra.” Eso era todo lo que había podido encontrar del artista lusitano en mi biblioteca esa mañana mientras desayunaba.

 No había sido un eximio, pero tampoco un desconocido. Lo curioso es que entre la descripción de sus obras “La virgen y la sombra” no se mencionaba.

 

Al acercarme a la casa-estudio de Joaquín se me paralizó el pelo de la nuca. Había allí al menos tres coches policías con sus balizas azules, una gran camioneta blanca con sus puertas traseras abiertas y decenas de personas arremolinadas tratando de ver.

Aceleré mi paso y no sin dificultad persuadí al policía que intento detenerme.

Entré a la estancia. Lo que ví fue macabro.
Joaquín Moraleda de Provoste yacía boca arriba con los ojos muy abiertos y sus manos cómo garras. En el centro de su pecho una enorme mancha púrpura rodeaba un puñal de mango negro.

A su lado, el teléfono descolgado en el suelo y un libro amarillento abierto.

Sobre su escritorio había un documento manuscrito de su puño y letra probablemente muy reciente.

No sé cómo salí de allí sin vomitar. Joaquín había sido asesinado mientras hablaba conmigo.

 Corrí a mi casa y saqué de entre mis ropas el documento que hurté de la escena del crimen. Su título era “Locura y lujuria sacrosanta del Abate Vidaurre de Jaén”

Tras algunas páginas de lectura de hechos que ya conocía, me detuve en uno.

El Abate Vidaurre de Jaén había sido un cura mercedario español que llegó a América en1620. En 1656 fue destituido de su cargo de Abate Mayor de la Orden Mercedaria por actos reñidos con la orden, muriendo por extrañas causas unos meses después. Una serie de cuadros de diversos pintores europeos fueron encontrados entre sus pertenencias y en todos ellos la blasfemia era la temática. Figuras sacras en actos libidinosos, vírgenes desnudas y regordetas en relaciones impúdicas con sátiros cabríos, santos lascivos en actitudes homosexuales…en realidad, era lujuria sacrosanta. En 1661 la orden mercedaria dio la instrucción de quemar todas esas pinturas.

 Un solo cuadro se salvó de la pira. “La virgen y la sombra”, que estaba inscrito en los registros del Abate pero jamás fue encontrado entre las obras de la serie

 ¡La pintura!

 Golpeé mi frente con la palma de mi mano. Claro…No estaba en su lugar. Había estado en el mismo despacho de Moraleda de Provoste y sólo vi su cuerpo mutilado y este documento.

La pintura había desaparecido de su lugar.

Todo en mi mente fue una confusión. No podía hilar una idea con otra. ¿El móvil del crimen había sido la pintura?…pero, ¿de un perfecto desconocido? Si era así, ¿yo estaba en peligro?

 Pasó un tiempo en el que debo reconocer viví algo atemorizado y muy pendiente de todo lo que me rodeaba, pero nada pasó y la vida siguió su ritmo normal. Nada se supo del o de los asesinos de mi amigo, el caso fue un enigma y como nadie informó del robo de la pintura, el caso quedó como una simple “crimen de crónica roja”.

Mis temores disminuyeron y no quise ir más allá. Ya había perdido a mi amigo, con eso había sido suficiente.

Una mañana, mientras tomaba mi habitual desayuno leyendo el periódico matinal  una corta noticia del diario detuvo mi café justo antes de sorber el primer sorbo.

 Bajo una foto a color de un hermoso cuadro renacentista de un Cristo flagelado, el artículo indicaba:

Orden Mercedaria Latinoamericana presentó ayer entre sus tesoros la pintura original “Cristo sostenido por dos ángeles” datada en 1490, obra de Giovanni Santi, padre de Rafael Sanzio, avaluada en más de 10 millones de dólares. El hallazgo de esta maravilla del arte perdida hace más de 500 años, fue bajo las capas de pintura del cuadro “La virgen y la sombra” de un pintor portugués del 1500 que trajo a Chile uno de los Abates Mercedarios de la época. “El cuadro siempre estuvo entre nosotros y nunca lo supimos” era la lacónica explicación del actual jerarca de la Orden.

Diez millones de dólares escondidos por casi 500 años. Ello justificaba con creces el asesinato de mi amigo y quizás cuantos actos deleznables más. ¿Los Curas Mercedarios, sacerdotes, educadores, piadosos y devotos estaban detrás de esto? ¿Cómo lo supieron?, por qué mi amigo Joaquín, tan erudito e informado no había sospechado al menos la razón por la cual dicha pintura había sobrevivido a la hoguera del pecado.

Hice memoria - ¿Recuerdas aquel cuadro que encontré en la colección de las Carmelitas hace unos años que se llamaba “La virgen y la sombra”?

Si, lo recordé. Todo se vino a mi mente.

Cinco años atrás, mientras trabajábamos en la restauración del mobiliario del Templo de las Carmelitas destruido parcialmente por los efectos de un sismo, nos topamos con la pintura.

 Revisando los pilares de sustentación hechos de piedra y artesonados de madera, bajamos al subterráneo y al remover algunos escombros encontramos una disimulada puerta tras un nicho. Nos costó bastante abrirla. La atmósfera allí adentro era de poco oxígeno, humedad y suciedad acumulada por siglos. El lugar no tenía más de un metro y medio de altura y unos diez metros cuadrados. Fue dificultoso entrar. Al recorrer el perímetro con una linterna tropezamos con aquel virginal rostro de la pintura. Estaba adosada al muro lateral ocupando todo el alto de la pequeña estancia.

Sacarla tampoco fue fácil, el marco casi formaba parte del muro por efectos del moho, la humedad y el tiempo.

 Nos sorprendió cuando la Madre superiora de la orden nos dijo que no le interesaba en lo más mínimo un cuadro así porque por una parte, la imagen no representaba a la Virgen del Carmen y por otra había algo muy “incómodo” en su realización. Creo que ella vio lo mismo que Joaquín vería después.

Mi amigo fallecido era un entusiasta del arte sacro y ofreció una atractiva suma de dinero, la cual fue muy bien aceptada por Las Carmelitas y así llegó esa pintura a su poder.

Volví a leer “El cuadro siempre estuvo entre nosotros nunca lo supimos” era la lacónica explicación del actual jerarca de la Orden. Eso era falso, según lo que averiguó posteriormente Joaquín, dicha pintura habría estado casi trescientos años escondida en el subterráneo de las Carmelitas.

Algo no calzaba. Probablemente El Abate Vidaurre de Jaén lo habría escondido allí, era casi un hecho que sabía lo que se ocultaba tras la pintura de Figueiredo y probablemente también fue asesinado por quienes querían el cuadro.

De pronto me di cuenta que yo era el único que conocía toda la verdad respecto al cuadro pintado por el padre de Rafael Sanzio que hoy obraba en poder de la curia, nadie más tenía la información que yo poseía.

Un ruido a mis espaldas me hizo voltear. 

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