martes, 14 de mayo de 2019

Una simple historia de fútbol


En Santiago de Chile el día amaneció despejado. Una leve bruma matinal enfriaba un poco el tradicional pedaleo de Jorge a su trabajo. Estaba nervioso, había llegado el día tan anhelado y del cual solo sería testigo, nunca partícipe. Su bicicleta se abría paso entre las micros y él ya escuchaba en sus audífonos las noticias matinales con los detalles de lo que se venía aquella noche

Buenos Aires, Argentina presentaba una mañana con una leve llovizna que sin dudas atrasó el tradicional desplazamiento del colectivo que tomaba a diario Facundo para ir al laburo, al bajarse tuvo que apurar el paso entre la gente, el ambiente estaba tenso, expectante. Había llegado el día que tanto esperaba, un nudo en el estómago le recordó que tenía que esperar todo el día aún.

El calor y humedad de la noche limeña en Perú no cambió con el amanecer de ese día martes nublado como casi siempre. Rubén sabía que tenía por delante un día de trabajo en el restaurant, antes de que llegara el momento en el cual soñaba desde hacía varios días. La ilusión estaba allí, crecida mientras ponía las carpetas copas y cubiertos en las mesas sólo pensaba en eso.

Frente al mar Caribe, en la histórica Cartagena de Indias, Colombia, la “guagua” demoró muy poco para que Jefferson se encaramara en ella, como siempre, las mañanas ya anticipaban un nuevo día de calor caribeño, de hordas de turistas y también de anhelo escondido. Llegaría algo tarde a la agencia, pero su mente estaba en aquella noche tan esperada y por la cual tenía ya mucho nerviosismo.

El amanecer de Asunción en Paraguay fue frío.  Esteban saltó de su cama como un resorte, por fin era martes y después de un frugal desayuno y un beso a su mujer, se subió a su pequeño camioncito a hacer los fletes de ese día. Tenía que ir a buscar unos muebles al distrito de Luque. Estaba exultante, esta noche quería celebrar, sólo faltaban unas horas.

El destino había puesto este martes de Octubre como el más importante del año para estos cinco hombres y millones más en los cinco países.
Esa noche se jugaba la última fecha de las fatídicas Clasificatorias a la Copa del Mundo que solo ofrecía dos cupos directos a un Mundial, uno intermedio que tendría otra opción y dos dolorosas eliminaciones.
Jorge, Facundo, Rubén, Jefferson y Esteban tenían un idéntico compromiso, era el mismo para los cinco, a la misma hora, cada uno con sus amuletos, sus rezos, sus cábalas y sus ilusiones. La pantalla sería su conexión al mundo por ese par de horas, nada más.

No se conocían y nunca lo harían, los cinco eran hombres de trabajo, de esfuerzo y para quienes ganarle a la vida era una tarea diaria, titánica a veces. Eran buenos hombres, honestos padres de cinco proles de diversos tamaños, hombres comunes y simples, cuyas motivaciones en la vida eran sencillas, casi básicas.
Una buena cerveza, un buen plato de carne asada, los arrumacos de sus hijos, el amor de sus mujeres y su majestad, el fútbol. Seguir semana a semana al equipo de sus amores pero por sobre ello, el equipo de todos, el seleccionado de su país, aquel que representaba toda una nación con una camiseta tan plagada de glorias y epopeyas, como de desilusiones y fracasos.

Los cinco trabajaban muy duro y desde muy jóvenes, ninguno de ellos tuvo la fortuna de ir a la universidad o de tener padres ricos, los cinco se habían hecho a pulso.
Jorge trabajaba desde hacía años en la construcción, era albañil experto en cerámicos en su natal Santiago;  Facundo atendía en una gran mercería del populoso sector de Buenos Aires, se especializaba en la quincallería; Rubén era mozo de un afamado restaurant del sector vip de Lima y atendía a diario a comensales de todo el mundo. Jefferson se había transformado en guía turístico de los viajes de miles de turistas a las islas que estaban frente a la hermosa ciudad balneario de Cartagena en la que había nacido.
Esteban era chofer y con mucho esfuerzo se había comprado un pequeño camión para hacer fletes y traslados en su mediterránea ciudad de Asunción.

Podrían haber sido amigos inseparables, podrían disfrutar viendo una definición como esa  juntos entre risas y nervios, cervezas y chistes, pero no era así, el destino determinó que cada uno de ellos naciera en un país distinto y que cada uno este día martes tuviera la enorme ilusión de ver a la selección de fútbol de su país clasificando a una Copa del Mundo.
Simultáneamente el Ceacheiii retumbó fuerte en el corazón de Jorge, su camiseta roja con el 8 de Vidal ya mostraba signos de transpiración por su pedaleo mientras llegaba a la obra al barrio el Golf. Facundo ya abría los candados de la mercería de Avellaneda, lucía la albiceleste y como era lógico con la 10 de Maradona impreso en el dorsal. Rubén, que siempre admiró a Chumpitaz y esa era su camiseta blanca con la banda sangre que lucía este martes al ingresar al restaurant Las Brujas de Cachiche de Miraflores.
La amarilla fuerte de Jefferson, con el Si Si Colombia, Si Si Caribe guiaba a un primer grupo de gringos al muelle con el 9 del famoso tigre Falcao y en tanto la albirroja con el 5 del histórico César Ayala comandaba la cabina de ese pequeño camión de fletes por las calles luqueñas guiado por Esteban.

El día se haría eterno con los cálculos de los resultados propios y ajenos, con las predicciones de los entendidos y más de alguna brujería de un chamán exótico, con los comentarios destemplados y muy parciales de los periodistas radiales deportivos, con las acotaciones triunfalistas de los amigos y compañeros de trabajo. Nada que hacer, clasifican directo dos, al repechaje uno…a ninguna parte, dos.
La señal del cable estuvo todo ese día dando estadísticas, probabilidades, resultados anteriores, entrevistas y especialmente, jugando con el morbo de las selecciones que quedarían eliminadas después de esos 90 minutos simultáneos en tres canchas salpicadas dentro del continente. Tres no jugaban entre ellos, jugaban con otros que ya estaban instalados en la Copa del Mundo o que definitivamente ya había asumido la pena de la eliminación durante el proceso de dos años. Otros dos se enfrentaban cara a cara.

Todos almorzaron con compañeros de trabajo que destilaban los mismos nervios y ansiedad que ellos.
-         Somos los bicampeones de América por la mierda, ¿cómo vamos a quedar fuera ahora weón?,
-         Si poh, con un empate estamos, incluso perdiendo por poco, vamos roja querida!!….
-         Ojalá perro, Dios te escuche….

-         Che, tenemos a Messi, el mejor jugador del planeta!
-         ¿Imaginás un Mundial sin Argentina loco? Es impensable, no no noooo!!
-         Siiii, la FIFA nos necesita, además…igual le ganamos al que sea…Andá!!

-         ¡Asu mare!, dependemos de nosotros mismos pe, los del Rímac no perdemos la oportunidad!
-         Son tantos años de no ir a un Mundial pe…
-         Vamos por la banda sangre, además, el Paolo fijo que hace dos golazos hoy!!

-         Somos bacanos mi parce. Con toda la experiencia y esa vaina… cómo no vamos a ir al Mundial.
-         ¡A los otros habrá que decirle que pena con usté que se quedó fuera jajaja!
-         Si si Colombia… si si que gana y va esta vaina de Mundial!!

-         Tenemos la mejor partida po, jugamos de local
-         Y somos guaraníes, somos guerreros, somos la albirroja!!  
-         Yo vía a ver el partido por la tele con un litro de tereré…huy que sería remal no ganar pa ir al Mundial!

La tarde transcurrió lenta, nudos en el estómago, palmas de las manos mojadas, comentarios triunfalistas, uñas mordisqueadas, comentarios agoreros, y seguir trabajando.
Instalando cerámicos dibujando con el adhesivo una estrella solitaria para luego borrarla, conversando cada aldaba y picaporte vendida con un cliente futbolero , atendiendo mesas de turistas gringos ignorantes de todo que solo pedían fotos y tomaban pisco sour, ayudando a desembarcar a señoras y niños en la isla de Barú o Rosario, o manejando con un tráfico endemoniado por el centro asunceño escuchando la 1° de Marzo

A eso de las diez y media de esa noche, habrían tres sensaciones diferentes.
Dos bailarán, celebrarán, llorarán y reirán hasta tarde escuchando los bocinazos de las calles, viendo flamear su bandera patria, abrazándose con los vecinos, repitiéndose en la TV los goles de su gloriosa selección clasificada al Mundial a todo volumen, les dará lo mismo que sus niños se acuesten tarde o que no vayan al cole al día siguiente, es noche será de celebración nacional, imborrable y llena de orgullo por sus once gladiadores que habrían logrado la hazaña. La banderita de su patria estaría ya instalada en el cuadro de los mejores allá en la sede de la FIFA en Zurich.

Otro quedará satisfecho y expectante a la vista posible de ganar los partidos del repechaje con el país de los All Blacks en un mes más – hay tiempo para corregir errores pensaría – La tradición indicaba que esos partidos de clasificación con los de Oceanía siempre habían sido ganados por los sudamericanos. Eso tranquilizaba. Tendrá una alegría comedida, pero abierta, el no quedar fuera era el primer paso y su selección lo había logrado. Daría gracias a Dios, vería de reojo el drama de los dos perdedores y la algarabía de los triunfadores. Ya vendría el desborde una vez que se ganara la mini serie abierta esta noche. Dormirá con una sonrisa.

Los otros dos quedarán atónitos desde el pitazo final. Se quedarán mudos frente a la pantalla verde con los salpicados colores de camisetas de sus jugadores arrastrando los pies y dando explicaciones a lo inexplicable. Maldecirán al entrenador, al juego abúlico de uno u otro jugador, recordarán un resultado de antes que hoy les pasó la cuenta. No habrá bocinazos ni banderas flameando. El TV se apagará solo junto al alma de ese hincha que  llorará en su almohada, que no tendrá consuelo, que repetirá incansablemente en su mente el error de aquella jugada que los liquidó y les mató la ilusión, su compañera lo verá triste y nada podrá hacer. Ya no habrá un Mundial con su bandera flameando y con su himno retumbando en millones de televisores del mundo. Habrá que esperar otros cuatro años para una nueva ilusión.

Mañana miércoles, cuando despierten y deban partir a sus trabajos, tres volverán orgullosos a ponerse la misma camiseta de sus amores usada el martes, los otros dos es probable que no.

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