domingo, 17 de noviembre de 2019

Señales de Luz


Miguel conducía de vuelta a casa junto a su mujer Luz María.
La autopista estaba algo congestionada pero aún así la velocidad no bajaba a niveles desagradables. Unas señales de luz antes de la entrada al túnel que desembocaba en la zona en la que ellos vivían indicaban precaución.
Miguel bajó la velocidad y entró al túnel. El contraste con la asoleada tarde del exterior fue grande. Estaba oscuro, la señalética luminosa al igual que la luces  interiores estaban apagadas, seguramente habría un problema eléctrico.
Bajó la velocidad pues la visión se redujo en forma abrupta. No había vehículo que le antecediera.
Continuó por unos segundos en esa oscuridad hasta que vio adelante las luminarias superiores del túnel encendidas. Había sido un trecho solamente.
-        - Uf, qué oscuro estuvo eso – comentó sin mirar a Luz María
-        - Si, un poco tétrico – respondió ella
Unos segundos más y salió nuevamente al exterior, pero en este lado del túnel el sol no brillaba, es más, el cielo estaba encapotado. ¿Qué raro? pensó. Le iba a hacer el comentario a su mujer y para ello la miró de reojo, pero no la vio. Dio vuelta su cuello y miró de arriba abajo el asiento vacío de su derecha. Giró instintivamente su cabeza hacia el asiento trasero. Estaba vacío.
-         - ¡Luz María!
Frenó bruscamente el auto en la berma y se dio vuelta por completo esperando ver a Luz María en el asiento de atrás haciéndole una infantil y absurda broma. Nada, el auto estaba vacío. Miró por el retrovisor. Solo vio la serpiente de asfalto brotando del túnel un trecho más atrás.
Un estertor y el corazón parecieron salir juntos de su boca. Bajó del auto y miró la parte baja de los asientos posteriores. Un escalofrío lo recorrió. Esto estaba muy raro. Su mujer se había esfumado.
-        ¡Luz María! ¡Luz María! ¿dónde estás? Comenzó a gritar mientras caminaba hacia atrás por la orilla de la autopista, sin tener certeza en qué dirección mirar.
Nada. Solo autos manaban de aquella boca negra a la que se acercaba. El crujir de las pisadas propias en el ripio y los motores que pasaban a su lado daban realismo a una absurda situación.
Se devolvió los veinte metros que habían a la entrada del túnel el cual no tenía ni calzada ni vereda para peatones. Alcanzaba a divisar la claridad en el semicírculo de la otra salida. Pero allí no se distinguía ninguna silueta humana, solo de vehículos que circulaban en una y otra dirección.
Pensó en llamar a su mujer, pero recordó haber dejado el teléfono en el auto. Volvió rápido sobre sus pasos. El auto seguía en la berma con los hazard funcionando y sin ocupantes.
Encendió el teléfono celular y buscó el número de Luz María. Estaba tiritando, aparentemente la memoria de su celular tenía una falla. No estaba allí Luz María. Sin reparar mayormente en la razón, buscó el número de su amigo Andrés.
Apretó el botón de llamada.
-        ¿Aló?
-        Andrés, escúchame amigo, me acaba de pasar algo atroz…
-        Miguel que te pasa’…¿estás herido?, dime, por favor
-        No no no…estoy bien, no me ha pasado nada de eso, es que…Miguel rompió a sollozar
-        Miguelito, por favor tranquilízate, dime dónde estás y que es lo que pasa. – La enérgica voz de Andrés denotaba preocupación.
-        Veníamos a la casa y al salir del túnel Herreros mi mujer se desapareció del auto!
-        ¿Es broma? ¡Qué dices Miguel!
-        Yo sé que suena a locura pero es así. Desapareció, no está!. Revisé todo el auto y nada Andrés!
-        ¿Dónde estás ahora?
-        Acabo de cruzar el túnel de Herreros, a pocas cuadras de casa.
-        Vamos, sigue hasta la casa,  yo te encuentro allá. Maneja tranquilo por favor.
Miguel cortó la comunicación. Volvió a mirar en rededor. No vio a ninguna persona, menos a su mujer. Antes de subirse nuevamente, abrió la maleta pero estaba tan vacía como el resto de su auto.
Condujo lentamente mirando cada esquina y las aceras. En el camino pensó llamar a la policía, pero decidió hacerlo una vez que llegara a su casa en la que vivía desde siempre.
La habían comprado sus padres cuando él era niño y después de la muerte de ellos, él como hijo único se quedó allí.
Se estacionó al frente y le sorprendió ver lo deteriorado y seco que estaba el antejardín. No se había dado cuenta de ello antes. Tendría que hablar seriamente con el jardinero se dijo.

Abrió la puerta y un perro chico le saltó moviendo la cola. Uf, parecía ser un nuevo integrante de la familia llevado por alguno de sus hijos pensó. Ya ninguno de ellos le preguntaba o al menos le informaba.
Nadie salió a su encuentro.
-        ¡¡Luz María, Luz María!! El ladrido del petizo peludo fue la única respuesta a su llamado –¿Hay alguien en casa? Subió a grandes zancadas hasta el vacío dormitorio principal. No había nadie en casa salvo el peludo perro que lo había seguido.
El timbre sonó. Ansioso bajó al primer piso y se asomó a la reja. Era Andrés que ya caminaba hacia la puerta.
-        Miguel, ¿qué pasa amigo por Dios? – Dijo Andrés mirándolo por si tenía alguna herida o seña dierente.
-        Por Dios, no entiendo nada, a lo mejor me golpée la cabeza  y tengo amnesia- Dijo casi a los gritos.
-        Escucha, no tienes ni amnesia ni nada. Algo me dijiste al teléfono algo de tu mujer…
Miguel, con la necesidad de agilizar la búsqueda de su mujer le contó lo ocurrido. Este lo miró detenidamente con la boca entreabierta.
-        ¿Luz María dijiste? Preguntó Andrés.
-        Si, Luz María, mi mujer. Gritó exaltado Miguel
-        Miguel, siéntate, por favor cálmate y escúchame – Andrés hablaba pausadamente . Amigo, tu estás casado desde hace muchos años, pero tu mujer se llama Verónica no Luz María, Luz María es…
-        Perdón Andrés, ¡no tengo tiempo para bromas!-
Miguel le interrumpió e hizo el ademán de levantarse pero se detuvo el ver entrar por la puerta de calle una mujer desconocida vestía un abrigo color vainilla y una cartera negra.
La mujer los quedó mirando mientras se sacaba el abrigo.
-        Hola Miguel, hola Andrés ¿qué pasa que están con esa cara? saludó ella
-        Hola Verónica, qué bueno que llegaste, creo que pasó de nuevo – respondió compungido Andrés a la mujer.
-        ¡Pasó de nuevo qué!...¿y quién es usted? Miguel los miraba sin entender nada.
La mujer hizo un ademan con su manos como incitando a la tranquilidad y dando un par de pasos se paró frente a Miguel.
-        Miguel por favor escúchame, te lo ruego…Solo dame unos minutos, imploró la desconocida con la cara desencajada.
-        Está bien, pero antes dime quien eres para entra de esta manera a mi casa…
-        Miguel mírame. Tu mujer desde hace casi treinta años soy yo, Soy Verónica. Tenemos dos hijos….
-        ¿De qué hablas? mi mujer se llama Luz María y tenemos cuatro hijos…
-        Por favor, déjame seguir – Dijo ella poniendo su mano en la mano de Miguel –
Hace cinco años tú y yo veníamos a casa después de una fiesta en la casa de Andrés. Era tarde y habíamos discutido por alguna tontera. Venías enojado. Cuando llegaste al túnel Herreros aceleraste no sé por qué extraña razón. Estaba todo oscuro, había unas señales de luz de advertencia, pero no las tomaste en cuenta. Justo al salir se nos cruzó esa mujer y no pudiste esquivarla. Falleció instantáneamente…y desde entonces...
-        ¡Qué está diciendo! Vamos afuera, afuera, váyase de aquí! Váyase de mi casa!, ¿Andrés porque no le dices a esta mujer que está loca? -
-        Miguel, tranquilízate por favor….– Suplicó Andrés. Mira,  esto solo te va a tomar cinco minutos más, quiero que nos acompañes.
-        ¡No quiero ir a ningún lado!, ¡Solo quiero encontrar a Luz María! Gritó Miguel mirando a ambos.
-        Ok, ok, nos iremos pero por favor, si quieres encontrar a Luz María te ruego que nos acompañes. Vamos súbete a mi auto, solo será un instante.
Miguel, ante la perspectiva de ir por su mujer accedió y subieron rápidamente al vehículo. Andrés desanduvo las pocas cuadras que había desde la casa hasta la autopista. 
La tomó y poco antes de llegar al túnel dio la vuelta en U.  Estacionó en la berma de ripio.
-        Miguel, baja y observa. Dijo Andrés indicando la berma a su amigo.
Miguel abrió la puerta y bajó.
Junto al auto y a unos veinte metros de la salida del túnel había una pequeña animita con forma de gruta. Miró hacia atrás a Andrés con cara de pregunta y éste le indicó con un gesto de la cabeza que la viera detenidamente.
Miguel se arrodilló frente al monolito. Tenía grabada una pequeña oración y una foto de la que según él era su mujer. Abajo se leía  QEPD - Luz María Lasarte.
Miró todo con la incredulidad marcada en su rostro, luego miró a su amigo y a Verónica..
Cerró los ojos y su mente, casi como una película, volvió al pasado

Era una fiesta en la casa de Andrés en la cual Verónica, como era su costumbre, estaba borracha y hablando más de la cuenta. La vuelta a casa esa noche fue muy desagradable. Miguel había soportado por años el alcoholismo de ella, pero ya no más. Había tomado la decisión de dejarla. Se iría de casa ese mes, ella no lo sospechaba.
En el camino una cosa llevó a la otra y desafortunadamente el tema no tardó en salir.
-        ¡Ya no quiero estar contigo Verónica, no resisto más esta situación!
-        ¿Qué estás diciendo? La voz de ella era traposa y su mirada vidriosa.
-        Que no alargaremos más esto. Se acabó, entiéndelo bien, ya no te soporto.
-        No puedes dejarme, ¿qué te crees idiota?. Ella no articulaba más que lo que su borrachera le permitía – Tu jamás me dejarás….nunca!! –
La mujer enloqueció y comenzó a golpearlo en el brazo y el cuello. Miguel la apartó con su brazo derecho justo al momento de entrar al Túnel Herreros. Verónica, indignada ante la indiferencia de su marido se violentó aún más obligándolo a concentrar su esfuerzo en apartar a la mujer más que en manejar. El Volvo comenzó a barquinar de un lado a otro y la velocidad aumentó dramáticamente.
Como en cámara lenta en su lucha con Verónica, Miguel la vio de reojo al momento de salir del túnel. Era Luz María.
Su rostro era blanco como la porcelana, cabello rojizo recogido y un abrigo largo color negro que marcaba su silueta. Tenía un paso para cruzar con precaución pero nunca pensó que a las cuatro de la mañana emergería de la boca negra un auto a más de 140 kilómetros por hora.
Venía de trabajar como auxiliar de enfermería. En su casa dormían sus 4 hijos.
El impacto fue brutal. El seco golpe y la frenada rompieron por un instante el silencio de la noche. La mujer voló por el aire más de veinte metros. Miguel detuvo el auto. Su mujer no hablaba.
Bajó y vio el cuerpo despedazado y sin vida de la mujer.
Iría a la cárcel, había matado a una mujer inocente, a una madre, a un ser humano. No había atenuantes, era casi un asesinato.
La borrachera de Verónica había desaparecido y fue ella la que maquinó todos los siguientes minutos. Con agilidad y sangre fría corrió el cadáver a la vera del camino,  borró todas las evidencias, revisó concienzudamente el lugar y ordenó a Miguel que se fueran a casa.
Así, Verónica nunca delató a su marido.
Así, Miguel nunca abandonó a su esposa.
Así, Luz María quedó en aquel túnel para siempre.



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