martes, 24 de diciembre de 2019

El llanto de la buganvilia


Allá en una centenaria comuna de la ciudad, en una vieja casa esquina de dos tradicionales calles, una enorme buganvilia fucsia, florida y brillante, está llorando.
Bajo ella transcurrió gran parte de la vida y la magia de la matriarca que hoy celebramos. Alicia. Mujer fuerte de temple y color… de lectura y pasión… de justicia y tenacidad.

Cada mañana, rodeada por un centenar de plantas verdes, flores coloridas y brotes de vida pura empapados en el rocío, esta buganvilia se aprestaba a darle cobijo bajo su sombra buena y honesta. Cuando Alicia aparecía en el dintel de la puerta, el sol pasaba a segundo plano y la fucsia enredadera emprendía con entusiasmo el rito diario que tanto anhelaba.
Alicia se acomodaba en su silla favorita a mirar la vida y sonreír. La música clásica brotaba desde las ventanas y postigos inundando la atmósfera y marcando con certeza una frontera acústica entre calles sonoras y un mundo propio y sublime creado por esta matriarca que cada día tenía a alguien de su enorme clan que pasaba a visitarla con palabras de amor, peticiones de consejo, almorzar o simplemente a dar los buenos días.

Podían ser sus nietos, a quienes la buganvilia identificaba por sus bálsamos y sonidos ya que llegaban con melodías de charango, clarinete, piano o guitarra, o de tonos más ciertos empoderados por las tablas y la actuación y naturalmente otros que compartían sus logros de ingeniería, publicidad y hasta de medicina. Alicia, la matriarca los agasajaba con su memorable torta de milhojas o sus clásicas empanaditas y ellos se empapaban de amor y sabiduría extrema.

Podían ser sus amigas incondicionales de la imperecedera Escuela Normal. Compañeras de sangre, de nervio y de mente como la Nelly, la Fernanda, la Iris que se reunían cada mes a disfrutar exquisiteces hechas por la mano mágica de Ali y juegos de naipe a la sombra de aquella fucsia compañera acompañados de una manzanilla u otro bajativo dulzón.
Podían ser Nanita, Leo o Bety, alguna de sus hermanas que vivían en tierras lejanas pero que siempre estuvieron cerca de su noble corazón de roble y miel.

Podían ser los Exiliados Gastronómicos, nombre inventado por la matriarca para aquel grupo de amigos a quienes cocinaba con esmero deliciosos platillos olvidados en medio del jolgorio de muchos brindis en honor a la genial anfitriona.

Podían ser vecinos variopintos que iban a buscar, desde nísperos jugosos hasta un consejo de amor, desde un lugar para guarecerse del calor hasta un techo para hacerlo de la lluvia.
Siempre esta matriarca tuvo una palabra de consuelo, de apoyo o de empuje para quien quisiera escucharla. Desde Max hasta Déborah, desde Héctor y Lina “sus amigos profesores” hasta el inolvidable y lírico don Enzo o su cariñoso hermano Aldo.
También podía no ser nadie, porque esta matriarca también disfrutaba de la soledad y se instalaba ahí abajo con un buen libro en sus manos y con los sones de aquella radio de música clásica que coincidentemente este mes dejará de sonar quizás en honor a un mudo homenaje a ella.

Esta buganvilia y Alicia convivieron hasta la ausencia.
La fucsia compañera la amparó en su dolor y sus lágrimas de luto por la repentina partida de su compañero de vida quince años atrás, soportó aluviones de aguaceros arteros o el desastre de una pésima poda, pero siempre cobijó a esta maravillosa mujer bajo sus ramas, quién dicho sea de paso, confió ciegamente en la humanidad y las buenas intenciones, nunca cerró su reja ni su puerta, quizás como testimonio de su impronta: Un alma sabia, poderosa, caritativa y crédula.

Hace unas semanas la buganvilia de esa casa esquina floreció con esplendor, alegría y sin vergüenza, pero cuando se desesperezó y miró hacia abajo no vio a la matriarca, ni al día siguiente, ni al sub siguiente, ni a todos los días que siguieron. Tampoco escuchó más a Beethoven ni a Mozart. La puerta permaneció cerrada. No hubo nietos ni amigas, el silencio invadió el pequeño antejardín…  la buganvilia comenzó a llorar.


Con amor infinito a Ali, mi extraordinaria madre, quien hoy hace un mes emprendió su camino final.

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