lunes, 9 de octubre de 2023

Lantú

 

El resoplido del caballo fue lo único que escuchó desde su escondite. El frío calaba sus huesos y temía que el castañeteo de sus dientes delatara su presencia. Aquella noche la neblina era húmeda, espesa y silenciosa.

Pensó en moverse bajo el pórtico, pero el ruido de sus ropas atraería de inmediato la atención del jinete. Rogó Inmovilidad perpetua. Ni un resuello provendría de su alma, pese a que estaba aterrado.

El jinete detuvo el caballo, que resopló, batiendo sus cascos delanteros con un sonido metálico sobre la grava pedregosa. Desmontó. Una bota marrón bajo un jeans azul aplastó la gravilla, luego la otra. El sicario ya estaba allí, oliendo a su presa, mas no viéndola aún.

El muchacho, escondido y aterrorizado, cerró los ojos y apretó los puños haciendo presión mental. Tenía que entrar al estado meditativo que le permitiría acceder al Multiverso y arrancar de aquella horrible situación. Su mente se vació, el frío desapareció y la corporalidad lo abandonó. Al tercer intento, ingresó a su propia Conciencia Expandida y el Multiverso se abrió para él. Ya era el “Yo Superior” y podía elegir a uno de sus cuatro “yo”. Lantú Agua fue su decisión. Él representaba el vital elemento y se encontraba en una dimensión luminosa y resplandeciente.

“Lantú Agua, ayúdame a evadir el peligro que me acecha”.

La imagen de su doble se acercó a su ángulo de visión mental y, junto con guiñarle un ojo, le dijo mentalmente:

“Sí, Lantú. Piensa en algo diferente a esta noche… ¡y que sea simple para mí!”

Escuchó que el jinete daba un paso arrastrado en su dirección, deteniéndose como para oír, era hasta posible que a esa distancia escuchara su corazón bombeando enloquecido. Lantú se concentró en el mar, en el cielo azul, algo muy lejano a esa noche fría y hostil.

El cambio de estado fue violento, rotundo. El agujero de gusano abrió las dimensiones de Lantú, quien sintió cómo el suelo desaparecía y era succionado por una humedad marina.

Abrió los ojos. Estaba bajo el agua y arriba había luz sobre la superficie. Le costaba flotar, por lo que se sacó la pesada chaqueta y los gruesos zapatos. Nadó en busca de aire para sus pulmones vacíos, añorando echarse en la arena y recibir la caricia del sol. El oxígeno le faltaba, sus brazadas no le permitían llegar a la superficie; siguió braceando hasta que su cabeza fragmentó la superficie y se encontró con el aire. Abrió la boca desmesuradamente –como un pez - y sus pulmones se llenaron de oxígeno.

El cielo arriba era azul, el mar una taza de leche, la arena… no, no había arena. No la había imaginado en su huida de las garras del sicario. Sabía que no podía cambiar su destino de inmediato, tendría que esperar un momento allí hasta poder contactarse con alguno de sus otros yo.

Su otra opción era ir directo a un Elemental, a través de su yo Lantú Agua. Podía esperar, la temperatura del agua era muy soportable, el sol estaba en su cénit, la sensación era agradable.

Miró en todas direcciones, nada, no había tierra a la vista. Hacia el oeste algo llamó su atención. Unas lejanas sombras en el horizonte. Podían ser aves que se acercaban. Agudizó la vista y lo que vio le volvió a aterrorizar. Las sombras eran cuatro grandes aletas que nadaban en su dirección -Mierda, a los tiburones les gusta el agua tibia – cerró los ojos, fijando la mente en un punto fijo, expandiendo la consciencia: “Lantú… ¿hay algún Lantú, por favor?” Al abrir nuevamente los ojos vio las aletas más cerca.

Esta vez el contacto mental fue con su yo “Lantú Tierra”. Este gemelo dimensional estaba sentado frente a su computador.

“¡Te veo!... Tranquilízate, Lantú, te sacaré ahora… no te muevas, aunque te hundas; ¡quieto a la una, quieto a las dos y quieto a las… tres!”.

Lantú dejó de batir manos y pies, sin sacar la vista de las lúgubres aletas. Se hundió, su nariz quedó justo al nivel del agua; esos grandes tiburones probablemente lo descuartizarían en una horrible pelea entre ellos… El agua salada entraba por la nariz, pero la bloqueaba. Si quería salvarse, tendría que hacer caso a Lantú Tierra. Cuando ya sus pulmones estaban por reventar y con los monstruos marinos a menos de diez metros, un abrazo invisible lo cubrió y lo protegió en una especie de cobijo maternal y tibio. Era Nereida, la Ondina, Elemental espíritu puro del Agua salada que sí lo había sentido a través de Lantú Agua. “Me faltó la arena”, sollozó, en un pensamiento súbito, al borde de la apnea.

Sintió el protector contacto de su piel con el de la Elemental Marina, que había subido desde las profundidades a rescatarlo en el sopor del sueño profundo.

Nuevamente la succión del agujero de gusano lo exprimió. La sensación húmeda desapareció, la brisa y el sol también. Lantú Tierra había programado la salvación de su doble terrestre en el computador, no con mucha rapidez, eso sí.

Nuevamente estaba en un lugar que solo su salvador conocía. No se atrevía a abrir los ojos, ya que nada había pedido a su Yo terrenal. Este, sin embargo, que era un maestro de la tecnología, había alcanzado a sentir el mensaje: “…me faltó la arena” -

Lantú abrió los ojos. No había oscuridad ni exceso de luz, un reflejo anaranjado lo cubría. Se desperezó, sentándose, apoyado de las manos. El terreno era efectivamente arenoso, ya no estaba el mar, ni los tiburones, ni la sensación de ahogo. Era un lugar pacífico. Se incorporó y vio, maravillado, el atardecer desde la loma en la que estaba, el sol se ponía y la majestuosa bóveda se encontraba en la mutación diaria del celeste al violeta, pasando por la familia de los anaranjados ocres.

-          Hola, ¿cuándo llegaste? - Dio un respingo al escuchar la voz de una mujer. Se volteó y vio a una preciosa chica, de unos veinticinco años, que lo miraba.

-          Hola, soy Lantú – tartamudeó - ¿dónde estoy?

-          Hola Lantú, es raro que no sepas dónde estás. Todos pagamos fortunas por venir aquí – contestó la mujer riendo y mostrando una bella sonrisa.

-          Es posible que haya pagado y ahora no recuerde… titubeó el muchacho.

-          ¿Estás drogado? – le interrumpió la chica

-          No… para nada, bueno, quizás – era una opción para evitar más preguntas.

-          Si lo estás, bien. En fin, quienes pagamos los “Sahara Lost Sunset”, venimos a hacer nuestra vida. – comentó ella, coquetamente.

-          Tengo sed, mucha sed, ¿tienes agua? –pidió Lantú

-          ¿Agua?, ¿has venido acá y tomarás agua? – preguntó la mujer, abriendo los ojos -Mira, ven, acompáñame, aquí tendrás todo lo que quieras. La muchacha lo tomó de la mano y lo guió a un bajo de la colina de arena. Allí había una zona festiva, llena de gente, rodeada de lonas y leds multicolores, mesas, silloncitos, música chill out y una gran barra con tragos, cervezas y comidas. Ciertamente era una fiesta muy exclusiva.

La mujer le tendió un gran vaso de cerveza helada. Lantú la bebió con avidez. - “Vaya que sí lo hiciste bien, “Lantú Tierra” –pensó, sonriendo. Había tenido suerte. La música subió de intensidad y sin darse cuenta comenzó un delirante baile con Diana –que así se llamaba la muchacha– en una improvisada pista en medio del Desierto del Sahara. Se sentía feliz y libre.
La transpiración de la muchacha contra su cuerpo activó la libido del joven quien, sin razonar, atrajo a la mujer hacia él y la besó, agarrando su mentón con una mano y su cintura con la otra. Ella se resistió juguetonamente y tomó las manos de Lantú y las elevó hacia el cielo naranja para luego abrazarlo con suavidad y ternura. Lo miró y con su índice le indicó silencio. Lantú seguía el juego. La luz del ocaso cambió todo, las siluetas eran ahora violetas y sus bordes ocres. La sonrisa de Diana lo era todo en ese instante. Lantú intentó nuevamente besarla, pero ella lo rechazó con un gesto de asombro y los ojos muy abiertos. El muchacho leyó mal esa mirada y loco de exaltación, quiso atraer hacia sí a Diana, pero ella se echó hacia atrás y gritó:

-          No, por favor, ¡se darán cuenta!

¿Se darán cuenta?

La música se silenció. Las cabezas de las personas que bailaban y bebían en aquel Sunset se dieron vuelta y clavaron sus miradas en el muchacho. Había algo raro en ellos, ya no se les veía como seres normales. Tenían las pupilas dilatadas, los labios secos y la piel cetrina. Eran al menos una veintena de seres que comenzaron a hacer un círculo en la arena rojiza alrededor del muchacho. Se movían maquinalmente. Diana, se refugió en él, pero ya era tarde. Todos esos seres habían sido alterados.

“¡Qué diablos era eso!, maldito Lantú Tierra, ¿qué hiciste?”. Percibió la imagen de su Yo de tierra riendo a carcajadas frente a su computador, mientras jugaba a “The walking dead”, en el mismo sitio en que se encontraba él. Los zombies del Sahara “Lost Sunset”, lo rodeaban con evidente intención de despedazarlo. ¡No, por Dios, otra vez me quieren comer!

Expandió su mente para llegar a su conciencia. –“Lantú, algún Lantú, por favor”

Nuevamente apareció Lantú Agua en su dimensión luminosa. Sonreía.

-          “Creo haberte dicho antes que evites acudir a “Lantú Tierra”, es un idiota… Vamos, yo te saco de ahí, piensa dónde quieres estar”.

El terror estaba a solo un metro cuando Jeff pudo pensar en lo más básico y simple de la protección de todo ser humano. – “Mi cama” -pensó.

El aliento a muerte de sus cazadores fue lo último que percibió. La sensación centrífuga del agujero y todo se fue a negro.

Abrió los ojos. Estaba acostado y un rostro viejo, a un palmo de su cara, lo auscultaba detenidamente con una pequeña linterna; sus cejas eran canosas y largas. Inconfundible, era el doctor Sartori, aquel médico que los visitaba desde que era niño, cuando vivía en la granja con sus padres, cerca de San Diego.

-          Mmm, definitivamente esto es viral – comentó el doctor, mirando hacia el otro lado de la cama.

¡Mamá!, pensó Lantú, tratando de voltear su cabeza hacia donde miraba el doctor, pero no pudo, su cuello no obedecía. Escuchó la voz de su madre quebrarse y romper en llanto.

-          Pero, doctor, es mi único hijo…

-          Lo siento, no hay nada que se pueda hacer, solo esperar las próximas horas – dijo resignadamente el viejo doctor a sus padres.

-          ¿Y si lo llevamos al hospital de San Diego? – Esta vez la pregunta fue de un hombre. Su padre, su castigador padre, estaba allí.

-          No creo que pueda resistir un viaje como ese, son casi cuatro horas… no se los recomiendo

-          ¡Es un muchacho fuerte! – alegó el padre

-          Así es, pero no lo expondremos – dijo la madre, con voz quieta pero segura.

El doctor tenía razón, Lantú sentía cómo su cuerpo estaba consumido por una sensación que era difícil describir. Le cubría todo con una especie de dolor sordo permanente, venas y arterias eran canales que quemaban por dentro y los músculos los sentía como gelatinas inmóviles, posados sobre esa cama blanda y acogedora de la casa de sus padres. Hasta donde recordaba, nunca tuvo una enfermedad de ese tipo, ¡lo que significaba que en cada entrada y salida del Multiverso la dimensión del tiempo también cambiaba y eso significaba que se podrían alterar los acontecimientos! Lo había escuchado. El Multiverso abría la dimensión oblicua.

En su único ámbito de visión entró el rostro dulce de su madre, sollozando. Un moretón en su mejilla y un leve corte en la frente testimoniaban violencia. La mujer miró a su hijo y lo besó con dulzura en la frente. El aroma a flores de lavanda que ella siempre olía lo invadió y alentó. Nada pudo hacer, no se podía mover. Probablemente esa noche, como todas las noches de su infancia, su padre volvería a emborracharse y la golpearía una vez más.

Tenía que hacer algo, pero sabía que estando en la Dimensión Oblicua no podía repetir al mismo Lantú, y no quería volver a toparse con el idiota de “Lantú Tierra”. Solo le quedaba recurrir a “Lantú Aire”, pues el cuarto, “Lantú Fuego”, estaba desaparecido desde hacía un tiempo; nada se sabía de ese Yo que representaba el elemento más peligroso de los cuatro.

Expandió su consciencia y se concentró en “Lantú Aire”. No los encontraba; “Lantú Tierra” sonreía desde una esquina mental, pero Lantú lo combatía pensando en la imagen repetitiva de su dedo apretando una y otra vez la tecla “delete”.

En un breve instante apareció la sonrisa de “Lantú Aire”, rodeada por su armónico rostro moreno y cabello negro.

-          Órale, cabroncito, ¿en qué anda mi gringo?” - preguntó el risueño “Lantú Aire”.

-          “Por favor, ayúdame Lantú Aire, tengo un virus y moriré pronto”- respondió Lantú.

-          “Bueno, pues piensa ya el lugar mi cuate…”.

-          “No. No me quiero ir. Quiero permanecer aquí, quiero que me ayudes a sanar, pero ¡ahora!”. – Lantú no quería dejar a su madre sola con el loco de su padre. No era fácil el pedido.

Había un camino que era más dificultoso y acortaba de manera sustancial los saltos dentro del Multiverso. Recurrir directamente a los Elementales. “Lantú Aire” no lo dudó, en este caso de virus eran los Silfos, los seres del aire a los que invocaría. “Nunca abras los ojos”, fue la sentencia de Lantú Aire. En un rincón del cerebro del muchacho, “Lantú Agua” miraba maravillado la situación, mientras “Lantú Tierra” maquinaba un nuevo juego llamado “Virus”. De “Lantú Fuego” no había indicios.

Lantú cerró los ojos y al cabo de unos minutos sintió que a su alrededor revoloteaban pequeños seres. Un peso ligero se posó en su rostro y entró por su nariz. Lantú inhaló y percibió que un aire frío inundaba su aparato respiratorio. El ardor de sus arterias cesó, volvió a sentir la corporalidad de sus músculos, su cuerpo comenzó a reorganizar sus células. Algunas riñas entre los seres llamaron su atención, pero “Lantú Aire” le advirtió: - “Quieren que abras los ojos, no lo hagas, los Silfos son peleones, pero ya te han curado”. Dicho esto, los seres dejaron de escucharse entre murmullos.

Lantú había sanado; de hecho, lo primero que hizo fue mover su cuello, estirar sus brazos y piernas. Era el anochecer, probablemente pronto sería la hora de la cena. Se incorporó, se vistió con los jeans y una camisa que estaban en la silla, se calzó las botas y salió de su dormitorio para asomarse a la escalera. Los sonidos del traqueteo de la hora de comida venían desde la cocina. Escuchó a su madre tarareando en voz baja aquel bolero que siempre adoró: - “Reloj, no marques las horas…

La evocación fue interrumpida por el vozarrón de su padre, quien comenzaba una nueva pelea.

-          ¡Qué es esta mierda! – se oyó cómo una tapa de aluminio golpeaba la cacerola

-          Es lo que hay. Recuerda que no has traído ni carne ni nada del campo – alegó la mujer, quietamente.

-          O sea, ¡es culpa mía! ¡Todo lo que pasa es mi culpa!, ¡seguramente pensarás que el virus que casi mató a Lantú también fue mi culpa! – Se escuchó un fuerte golpe en la mesa, junto a un leve sollozo de la mujer.

-          Tranquilo, papá, ya me mejoré. ¡Deja en paz a mamá y cenemos de una vez! – dijo una voz joven.

Lantú se sobresaltó. Se suponía que estaban solos ellos dos, pero esa era su propia voz, era él quien estaba allí en esa cocina cenando con sus padres. Se miró las manos, se tocó el rostro. Él estaba en el recodo de la escalera. Entonces ¿quién estaba con sus padres? Bajó con cautela los peldaños y miró hacia la estancia. Su madre servía los platos. Sentados en la mesa estaban su padre y…él. Nuevamente la dimensión oblicua había dado un pequeño brinco.

Lantú entró violentamente a la cocina e indicó con el dedo a su doble.

-          ¿¡Quién es este tipo!? -Gritó. Todos quedaron petrificados al verlo.

-          ¿Qué demonios? – alcanzó a balbucear su padre, mirándolo horrorizado- ¿quién es éste?

Lantú era evidentemente mayor por unos diez o doce años al Lantú sentado en la mesa.

-          Pe… pe… pero ¿quién es usted? – preguntó la mujer - mirando a Lantú con incredulidad.

-          Soy tu hijo, madre, soy yo – argumentó Lantú, estirando sus manos hacia ella.

-          ¡No! Este es mi hijo… no sé quién eres tú – gritó el padre, indicando al Lantú joven y botando la silla al incorporarse.

-          ¡Ya lo sé… tú eres “Lantú Fuego”, bribón!, te has apropiado de mi vida… ¡por eso huiste del Multiverso! –

Dicho esto, Jeff saltó sobre el impostor, trenzándose en una lucha cuerpo a cuerpo que los hizo rodar desde la cocina hasta el hall de la casa. El Lantú joven era rápido y más ágil.

La mujer empezó a gritar. Lantú, desconcertado, la miró, olvidando por un instante la riña, y recibió un puñetazo violento en la mandíbula. El impostor se incorporó con ayuda del padre. Lantú, haciendo lo mismo, quedó frente al espejo de la entrada. Tuvo que frotarse los ojos. No era el reflejo de un joven veinteañero. Lo que vio en su reflejo era un hombre mayor. Algo se había desacomodado en la Dimensión Oblicua, probablemente recurrir a los Elementales era más peligroso de lo que pensaban.

En una fracción de segundo percibió el movimiento certero de su oponente y saltó hacia el lado, evitando la puñalada. Pero esta alcanzó en el pecho de su padre que estaba tratando de amarrarlo por atrás. El hombre, herido de muerte, cayó de bruces frente a Lantú. Su madre gritó, mientras el otro huía por la puerta principal hacia el bosque.

Lantú trató de dar auxilio a su padre, pero la puñalada había sido fulminante. Estaba muerto, y su madre lloraba abrazando su cuerpo. Todo había sido su culpa. El odio se apoderó de su mente. “Lantú Agua” y “Lantú Aire” no salían de su asombro. “Lantú Tierra” ideaba su nuevo juego el que llamaría Cacería.

Lantú salió y miró en dirección al bosque. No podía escapar, nadie conocía ese lugar como él. Era noche cerrada, tomó el caballo de su padre y galopó hacia el pórtico.

-          “Escucha, infeliz, te voy a encontrar y te voy a matar”.

El resoplido del caballo fue lo único que “Lantú Fuego” escuchó desde su escondite. El frío calaba sus huesos y temía que el castañeteo de sus dientes delatara su presencia. Aquella noche, la neblina era húmeda, espesa y silenciosa. Tendría que recurrir al Multiverso.


 

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