El resoplido del caballo fue lo
único que escuchó desde su escondite. El frío calaba sus huesos y temía que el
castañeteo de sus dientes delatara su presencia. Aquella noche la neblina era
húmeda, espesa y silenciosa.
Pensó
en moverse bajo el pórtico, pero el ruido de sus ropas atraería de inmediato la
atención del jinete. Rogó Inmovilidad perpetua. Ni un resuello provendría de su
alma, pese a que estaba aterrado.
El
jinete detuvo el caballo, que resopló, batiendo sus cascos delanteros con un sonido
metálico sobre la grava pedregosa. Desmontó. Una bota marrón bajo un jeans azul
aplastó la gravilla, luego la otra. El sicario ya estaba allí, oliendo a su
presa, mas no viéndola aún.
El muchacho,
escondido y aterrorizado, cerró los ojos y apretó los puños haciendo presión
mental. Tenía que entrar al estado meditativo que le permitiría acceder al
Multiverso y arrancar de aquella horrible situación. Su mente se vació, el frío
desapareció y la corporalidad lo abandonó. Al tercer intento, ingresó a su
propia Conciencia Expandida y el Multiverso se abrió para él. Ya era el “Yo
Superior” y podía elegir a uno de sus cuatro “yo”. Lantú Agua fue su decisión.
Él representaba el vital elemento y se encontraba en una dimensión luminosa y
resplandeciente.
“Lantú Agua,
ayúdame a evadir el peligro que me acecha”.
La imagen de su
doble se acercó a su ángulo de visión mental y, junto con guiñarle un ojo, le
dijo mentalmente:
“Sí, Lantú.
Piensa en algo diferente a esta noche… ¡y que sea simple para mí!”
Escuchó que el
jinete daba un paso arrastrado en su dirección, deteniéndose como para oír, era
hasta posible que a esa distancia escuchara su corazón bombeando enloquecido.
Lantú se concentró en el mar, en el cielo azul, algo muy lejano a esa noche
fría y hostil.
El cambio de
estado fue violento, rotundo. El agujero de gusano abrió las dimensiones de
Lantú, quien sintió cómo el suelo desaparecía y era succionado por una humedad
marina.
Abrió los ojos.
Estaba bajo el agua y arriba había luz sobre la superficie. Le costaba flotar,
por lo que se sacó la pesada chaqueta y los gruesos zapatos. Nadó en busca de
aire para sus pulmones vacíos, añorando echarse en la arena y recibir la
caricia del sol. El oxígeno le faltaba, sus brazadas no le permitían llegar a
la superficie; siguió braceando hasta que su cabeza fragmentó la superficie y
se encontró con el aire. Abrió la boca desmesuradamente –como un pez - y sus
pulmones se llenaron de oxígeno.
El cielo arriba
era azul, el mar una taza de leche, la arena… no, no había arena. No la había
imaginado en su huida de las garras del sicario. Sabía que no podía cambiar su
destino de inmediato, tendría que esperar un momento allí hasta poder
contactarse con alguno de sus otros yo.
Su otra opción
era ir directo a un Elemental, a través de su yo Lantú Agua. Podía esperar, la
temperatura del agua era muy soportable, el sol estaba en su cénit, la
sensación era agradable.
Miró en todas
direcciones, nada, no había tierra a la vista. Hacia el oeste algo llamó su
atención. Unas lejanas sombras en el horizonte. Podían ser aves que se
acercaban. Agudizó la vista y lo que vio le volvió a aterrorizar. Las sombras
eran cuatro grandes aletas que nadaban en su dirección -Mierda, a los tiburones
les gusta el agua tibia – cerró los ojos, fijando la mente en un punto fijo,
expandiendo la consciencia: “Lantú… ¿hay algún Lantú, por favor?” Al abrir
nuevamente los ojos vio las aletas más cerca.
Esta vez el
contacto mental fue con su yo “Lantú Tierra”. Este gemelo dimensional estaba
sentado frente a su
computador.
“¡Te
veo!... Tranquilízate, Lantú, te sacaré ahora… no te muevas, aunque te hundas;
¡quieto a la una, quieto a las dos y quieto a las… tres!”.
Lantú
dejó de batir manos y pies, sin sacar la vista de las lúgubres aletas. Se
hundió, su nariz quedó justo al nivel del agua; esos grandes tiburones
probablemente lo descuartizarían en una horrible pelea entre ellos… El agua
salada entraba por la nariz, pero la bloqueaba. Si quería salvarse, tendría que
hacer caso a Lantú Tierra. Cuando ya sus pulmones estaban por reventar y con
los monstruos marinos a menos de diez metros, un abrazo invisible lo cubrió y
lo protegió en una especie de cobijo maternal y tibio. Era Nereida, la Ondina, Elemental espíritu puro del Agua salada que sí
lo había sentido a través de Lantú Agua. “Me faltó la arena”, sollozó, en un
pensamiento súbito, al borde de la apnea.
Sintió
el protector contacto de su piel con el de la Elemental Marina, que había
subido desde las profundidades a rescatarlo en el sopor del sueño profundo.
Nuevamente
la succión del agujero de gusano lo exprimió. La sensación húmeda desapareció,
la brisa y el sol también. Lantú Tierra había programado la salvación de su
doble terrestre en el computador, no con mucha rapidez, eso sí.
Nuevamente
estaba en un lugar que solo su salvador conocía. No se atrevía a abrir los
ojos, ya que nada había pedido a su Yo terrenal. Este, sin embargo, que era un
maestro de la tecnología, había alcanzado a sentir el mensaje: “…me faltó la
arena” -
Lantú
abrió los ojos. No había oscuridad ni exceso de luz, un reflejo anaranjado lo
cubría. Se desperezó, sentándose, apoyado de las manos. El terreno era
efectivamente arenoso, ya no estaba el mar, ni los tiburones, ni la sensación
de ahogo. Era un lugar pacífico. Se incorporó y vio, maravillado, el atardecer
desde la loma en la que estaba, el sol se ponía y la majestuosa bóveda se
encontraba en la mutación diaria del celeste al violeta, pasando por la familia
de los anaranjados ocres.
-
Hola, ¿cuándo llegaste?
- Dio un respingo al escuchar la voz de una mujer. Se volteó y vio a una
preciosa chica, de unos veinticinco años, que lo miraba.
-
Hola, soy Lantú –
tartamudeó - ¿dónde estoy?
-
Hola Lantú, es raro que
no sepas dónde estás. Todos pagamos fortunas por venir aquí – contestó la mujer
riendo y mostrando una bella sonrisa.
-
Es posible que haya
pagado y ahora no recuerde… titubeó el muchacho.
-
¿Estás drogado? – le
interrumpió la chica
-
No… para nada, bueno,
quizás – era una opción para evitar más preguntas.
-
Si lo estás, bien. En
fin, quienes pagamos los “Sahara Lost Sunset”, venimos a hacer nuestra vida. –
comentó ella, coquetamente.
-
Tengo sed, mucha sed,
¿tienes agua? –pidió Lantú
-
¿Agua?, ¿has venido acá
y tomarás agua? – preguntó la mujer, abriendo los ojos -Mira, ven, acompáñame,
aquí tendrás todo lo que quieras. La muchacha lo tomó de la mano y lo guió a un
bajo de la colina de arena. Allí había una zona festiva, llena de gente, rodeada
de lonas y leds multicolores, mesas, silloncitos, música chill out y una gran
barra con tragos, cervezas y comidas. Ciertamente era una fiesta muy exclusiva.
La
mujer le tendió un gran vaso de cerveza helada. Lantú la bebió con avidez. - “Vaya
que sí lo hiciste bien, “Lantú Tierra” –pensó, sonriendo. Había tenido suerte.
La música subió de intensidad y sin darse cuenta comenzó un delirante baile con
Diana –que así se llamaba la muchacha– en una improvisada pista en medio del
Desierto del Sahara. Se sentía feliz y libre.
La transpiración de la muchacha contra su cuerpo activó la libido del joven
quien, sin razonar, atrajo a la mujer hacia él y la besó, agarrando su mentón
con una mano y su cintura con la otra. Ella se resistió juguetonamente y tomó
las manos de Lantú y las elevó hacia el cielo naranja para luego abrazarlo con
suavidad y ternura. Lo miró y con su índice le indicó silencio. Lantú seguía el
juego. La luz del ocaso cambió todo, las siluetas eran ahora violetas y sus
bordes ocres. La sonrisa de Diana lo era todo en ese instante. Lantú intentó
nuevamente besarla, pero ella lo rechazó con un gesto de asombro y los ojos muy
abiertos. El muchacho leyó mal esa mirada y loco de exaltación, quiso atraer
hacia sí a Diana, pero ella se echó hacia atrás y gritó:
-
No,
por favor, ¡se darán cuenta!
¿Se
darán cuenta?
La
música se silenció. Las cabezas de las personas que bailaban y bebían en aquel
Sunset se dieron vuelta y clavaron sus miradas en el muchacho. Había algo raro
en ellos, ya no se les veía como seres normales. Tenían las pupilas dilatadas,
los labios secos y la piel cetrina. Eran al menos una veintena de seres que
comenzaron a hacer un círculo en la arena rojiza alrededor del muchacho. Se
movían maquinalmente. Diana, se refugió en él, pero ya era tarde. Todos esos
seres habían sido alterados.
“¡Qué
diablos era eso!, maldito Lantú Tierra, ¿qué hiciste?”. Percibió la imagen de
su Yo de tierra riendo a carcajadas frente a su computador, mientras jugaba a
“The walking dead”, en el mismo sitio en que se encontraba él. Los zombies del
Sahara “Lost Sunset”, lo rodeaban con evidente intención de despedazarlo. ¡No,
por Dios, otra vez me quieren comer!
Expandió
su mente para llegar a su conciencia. –“Lantú, algún Lantú, por favor”
Nuevamente
apareció Lantú Agua en su dimensión luminosa. Sonreía.
-
“Creo
haberte dicho antes que evites acudir a “Lantú Tierra”, es un idiota… Vamos, yo
te saco de ahí, piensa dónde quieres estar”.
El
terror estaba a solo un metro cuando Jeff pudo pensar en lo más básico y simple
de la protección de todo ser humano. – “Mi cama” -pensó.
El
aliento a muerte de sus cazadores fue lo último que percibió. La sensación
centrífuga del agujero y todo se fue a negro.
Abrió
los ojos. Estaba acostado y un rostro viejo, a un palmo de su cara, lo auscultaba
detenidamente con una pequeña linterna; sus cejas eran canosas y largas.
Inconfundible, era el doctor Sartori, aquel médico que los visitaba desde que
era niño, cuando vivía en la granja con sus padres, cerca de San Diego.
-
Mmm,
definitivamente esto es viral – comentó el doctor, mirando hacia el otro lado de la cama.
¡Mamá!,
pensó Lantú, tratando de voltear su cabeza hacia donde miraba el doctor, pero
no pudo, su cuello no obedecía. Escuchó la voz de su madre quebrarse y romper
en llanto.
-
Pero,
doctor, es mi único hijo…
-
Lo siento, no hay nada
que se pueda hacer, solo esperar las próximas horas – dijo resignadamente el
viejo doctor a sus padres.
-
¿Y si lo llevamos al
hospital de San Diego? – Esta vez la pregunta fue de un hombre. Su padre, su
castigador padre, estaba allí.
-
No creo que pueda
resistir un viaje como ese, son casi cuatro horas… no se los recomiendo
-
¡Es un muchacho fuerte!
– alegó el padre
-
Así es, pero no lo
expondremos – dijo la madre, con voz quieta pero segura.
El
doctor tenía razón, Lantú sentía cómo su cuerpo estaba consumido por una
sensación que era difícil describir. Le cubría todo con una especie de dolor
sordo permanente, venas y arterias eran canales que quemaban por dentro y los
músculos los sentía como gelatinas inmóviles, posados sobre esa cama blanda y
acogedora de la casa de sus padres. Hasta donde recordaba, nunca tuvo una
enfermedad de ese tipo, ¡lo que significaba que en cada entrada y salida del
Multiverso la dimensión del tiempo también cambiaba y eso significaba que se
podrían alterar los acontecimientos! Lo había escuchado. El Multiverso abría la
dimensión oblicua.
En
su único ámbito de visión entró el rostro dulce de su madre, sollozando. Un
moretón en su mejilla y un leve corte en la frente testimoniaban violencia. La
mujer miró a su hijo y lo besó con dulzura en la frente. El aroma a flores de
lavanda que ella siempre olía lo invadió y alentó. Nada pudo hacer, no se podía
mover. Probablemente esa noche, como todas las noches de su infancia, su padre
volvería a emborracharse y la golpearía una vez más.
Tenía
que hacer algo, pero sabía que estando en la Dimensión Oblicua no podía repetir
al mismo Lantú, y no quería volver a toparse con el idiota de “Lantú Tierra”.
Solo le quedaba recurrir a “Lantú Aire”, pues el cuarto, “Lantú Fuego”, estaba
desaparecido desde hacía un tiempo; nada se sabía de ese Yo que representaba el
elemento más peligroso de los cuatro.
Expandió
su consciencia y se concentró en “Lantú Aire”. No los encontraba; “Lantú
Tierra” sonreía desde una esquina mental, pero Lantú lo combatía pensando en la
imagen repetitiva de su dedo apretando una y otra vez la tecla “delete”.
En
un breve instante apareció la sonrisa de “Lantú Aire”, rodeada por su armónico
rostro moreno y cabello negro.
-
“Órale,
cabroncito, ¿en qué anda mi gringo?” - preguntó el risueño “Lantú Aire”.
-
“Por favor, ayúdame
Lantú Aire, tengo un virus y moriré pronto”- respondió Lantú.
-
“Bueno, pues piensa ya
el lugar mi cuate…”.
-
“No. No me quiero ir.
Quiero permanecer aquí, quiero que me ayudes a sanar, pero ¡ahora!”. – Lantú no quería dejar a
su madre sola con el loco de su padre. No era fácil el pedido.
Había
un camino que era más dificultoso y acortaba de manera sustancial los saltos
dentro del Multiverso. Recurrir directamente a los Elementales. “Lantú Aire” no
lo dudó, en este caso de virus eran los Silfos, los seres del aire a los que
invocaría. “Nunca abras los ojos”, fue la sentencia de Lantú Aire. En un rincón
del cerebro del muchacho, “Lantú Agua” miraba maravillado la situación, mientras
“Lantú Tierra” maquinaba un nuevo juego llamado “Virus”. De “Lantú Fuego” no
había indicios.
Lantú
cerró los ojos y al cabo de unos minutos sintió que a su alrededor revoloteaban
pequeños seres. Un peso ligero se posó en su rostro y entró por su nariz. Lantú
inhaló y percibió que un aire frío inundaba su aparato respiratorio. El ardor
de sus arterias cesó, volvió a sentir la corporalidad de sus músculos, su
cuerpo comenzó a reorganizar sus células. Algunas riñas entre los seres
llamaron su atención, pero “Lantú Aire” le advirtió: - “Quieren que abras los
ojos, no lo hagas, los Silfos son peleones, pero ya te han curado”. Dicho esto,
los seres dejaron de escucharse entre murmullos.
Lantú
había sanado; de hecho, lo primero que hizo fue mover su cuello, estirar sus
brazos y piernas. Era el anochecer, probablemente pronto sería la hora de la
cena. Se incorporó, se vistió con los jeans y una camisa que estaban en la
silla, se calzó las botas y salió de su dormitorio para asomarse a la escalera.
Los sonidos del traqueteo de la hora de comida venían desde la cocina. Escuchó
a su madre tarareando en voz baja aquel bolero que siempre adoró: - “Reloj,
no marques las horas…”
La
evocación fue interrumpida por el vozarrón de su padre, quien comenzaba una
nueva pelea.
-
¡Qué
es esta mierda! – se oyó cómo una tapa de aluminio
golpeaba la cacerola
-
Es lo que hay. Recuerda
que no has traído ni carne ni nada del campo – alegó la mujer, quietamente.
-
O sea, ¡es culpa mía!
¡Todo lo que pasa es mi culpa!, ¡seguramente pensarás que el virus que casi
mató a Lantú también fue mi culpa! – Se escuchó un fuerte golpe en la mesa,
junto a un leve sollozo de la mujer.
-
Tranquilo, papá, ya me mejoré. ¡Deja en
paz a mamá y cenemos de una vez! – dijo una voz joven.
Lantú
se sobresaltó. Se suponía que estaban solos ellos dos, pero esa era su propia
voz, era él quien estaba allí en esa cocina cenando con sus padres. Se miró las
manos, se tocó el rostro. Él estaba en el recodo de la escalera. Entonces
¿quién estaba con sus padres? Bajó con cautela los peldaños y miró hacia la
estancia. Su madre servía los platos. Sentados en la mesa estaban su padre
y…él. Nuevamente la dimensión oblicua había dado un pequeño brinco.
Lantú
entró violentamente a la cocina e indicó con el dedo a su doble.
-
¿¡Quién
es este
tipo!? -Gritó. Todos quedaron petrificados al verlo.
-
¿Qué
demonios? – alcanzó a balbucear su padre, mirándolo horrorizado- ¿quién es éste?
Lantú
era evidentemente mayor por unos diez o doce años al Lantú sentado en la mesa.
-
Pe…
pe… pero ¿quién es usted? – preguntó la mujer - mirando
a Lantú con incredulidad.
-
Soy tu hijo, madre, soy
yo – argumentó Lantú, estirando sus manos hacia ella.
-
¡No! Este es mi hijo…
no sé quién eres tú – gritó el padre, indicando al Lantú joven y botando la
silla al incorporarse.
-
¡Ya lo sé… tú eres
“Lantú Fuego”, bribón!, te has apropiado de mi vida… ¡por eso huiste del Multiverso! –
Dicho
esto, Jeff saltó sobre el impostor, trenzándose en una lucha cuerpo a cuerpo
que los hizo rodar desde la cocina hasta el hall de la casa. El Lantú joven era
rápido y más ágil.
La
mujer empezó a gritar. Lantú, desconcertado, la miró, olvidando por un instante
la riña, y recibió un puñetazo violento en la mandíbula. El impostor se
incorporó con ayuda del padre. Lantú, haciendo lo mismo, quedó frente al espejo
de la entrada. Tuvo que frotarse los ojos. No era el reflejo de un joven
veinteañero. Lo que vio en su reflejo era un hombre mayor. Algo se había
desacomodado en la Dimensión Oblicua, probablemente recurrir a los Elementales
era más peligroso de lo que pensaban.
En
una fracción de segundo percibió el movimiento certero de su oponente y saltó
hacia el lado, evitando la puñalada. Pero esta alcanzó en el pecho de su padre
que estaba tratando de amarrarlo por atrás. El hombre, herido de muerte, cayó
de bruces frente a Lantú. Su madre gritó, mientras el otro huía por la puerta
principal hacia el bosque.
Lantú
trató de dar auxilio a su padre, pero la puñalada había sido fulminante. Estaba
muerto, y su madre lloraba abrazando su cuerpo. Todo había sido su culpa. El
odio se apoderó de su mente. “Lantú Agua” y “Lantú Aire” no salían de su
asombro. “Lantú Tierra” ideaba su nuevo juego el que llamaría Cacería.
Lantú
salió y miró en dirección al bosque. No podía escapar, nadie conocía ese lugar
como él. Era noche cerrada, tomó el caballo de su padre y galopó hacia el
pórtico.
-
“Escucha,
infeliz,
te voy a encontrar y te voy a matar”.
El
resoplido del caballo fue lo único que “Lantú Fuego” escuchó desde su
escondite. El frío calaba sus huesos y temía que el castañeteo de sus dientes
delatara su presencia. Aquella noche, la neblina era húmeda, espesa y
silenciosa. Tendría que recurrir al Multiverso.
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