Estrella
Tenía once años
el día aquel en el Colegio, cuando una compañera me dijo: Estrella, tú eres una
gorda…¡Gorda! ¡Gorda! Empezaron a cantarme todos. Llegué a casa llorando y casi
ocultándome de todos me fui directo al dormitorio de mi mamá ya que allí,
detrás de su gran armario estaba el único espejo de tamaño cuerpo entero que
había en la casa. Yo solo me miraba la cara en las mañanas al lavarme los
dientes o peinarme, pero el conjunto entero no recordaba haberlo visto
recientemente y si una estúpida compañera me había dicho gorda, tendría que
verlo con mis propios ojos.
Con mucha cautela
me saqué el chaleco azul y me bajé la falda gris del colegio. Quedé frente al
espejo en mis ballerinas también azules y mi camisa blanca con los negros
zapatones. Me veía ridículamente mal hecha, como un dibujo animado. Mis piernas
eran dos palos flacos que sostenían un cuerpo por decirlo menos, muy mal
hecho….Nooo! era una figura amorfa, descomunalmente mal formada, sin ninguna
proporción “vitrubiana”, era un esperpento horroroso y con mucha razón me había
tildado de gorda porque mi barriga parecía una mitad de sandía. Rompí a llorar
y tomando mis cosas corrí a mi cuarto con el firme propósito de no salir nunca
más de allí en mi vida. Me tiré a mi cama y debo haber llorado unas ochocientas
horas desconsolada y herida en mi orgullo más íntimo. Bueno, lo de las
ochocientas horas no es tan así porque el pesado de Bruno, mi hermano mayor
llegó a golpear diciendo que la once estaba servida.
Con desgano me
vestí, por supuesto me puse un chaleco ancho porque no quería que toda mi
familia reparara en el elefante que tenían en casa y bajé. Nadie me miró. Estaba
el insoportable de Bruno y el ultra molestoso Agustín, mi hermano menor. Mi
mamá me preguntó que si había estado llorando y lo negué.
En la mesa había
marraquetas calientitas, palta y jamón para hacerse un sándwich morrocotudo y
acompañar el té con leche…Nada de eso, en ese instante decidí dejar de comer. Quería
verme como mi nombre lo indicaba, como una estrella, una estrella famosa, una
estrella inolvidable.
Solo me serví una
taza de té y cuando mi mamá me preguntó por qué no comía, el idiota de Bruno
dijo que era porque estaba enamorada…pedazo de perno, cabeza de alcornoque,
saco de plomo – Todo eso lo pensé -
porque si lo digo me habría llegado un reto.
A la media hora
tenía hambre así que me tomé dos vasos de agua y esperé hasta la hora de la
cena cuando llegaba el papá de su oficina. Esa noche había espaguetis con salsa
boloñesa, irresistible pero inventé un dolor de guata y la mamá solo me hizo
una sopa y me la llevó a mi dormitorio.
Sería una
estrella.
Bebí más agua
A la mañana
siguiente mataba por una tostada con mantequilla y mermelada de damasco, pero
mi fuerza de voluntad fue mayor. Más agua y más té.
Así establecí una
rutina de comer casi nada o lo justo, tomando litros de agua cada día y como
vivía entre dos trogloditas que se comían hasta las piedras, yo les compartía
gran parte de mis raciones a cambio de unas moneditas, bolitas, láminas de
algún álbum o lo que fuera necesario para mantener la abstinencia alimentaria.
Empecé a bajar de peso rápidamente, a sentirme más liviana, a mirarme al espejo
y ver menos volumen. Estaba en el camino del estrellato.
Durante la
primera semana bajé un kilo exacto según la pesa del dormitorio de mis papás.
Al terminar el primer mes ya eran cuatro y medio kilos menos. El espejo
empezaba a mostrar a una chica sin regordetes contornos pero, aún debía ser más
delgada. Seguí comiendo lo justo y cada día mis raciones eran más chicas y mis
papás, que al principio pensaron que estaba enferma y se preocuparon, dejaron
de hacerlo y entendieron que tenían una hija hermosamente flaca. En dos meses
dejé de ser la niña esperpento y me transformé en la niña leve, de levedad. Y
esto lo digo porque me comenzaron a pasar cosas que antes no ocurrían jamás.
Por ejemplo un
día de vuelta del cole hubo un fuerte ventarrón y no pude sostenerme en el
suelo y debo haber levitado unos cuarenta o cincuenta centímetros hacia atrás
junto con las hojas de otoño.
Cuando pasaba
frente a una vitrina a veces no me alcanzaba a ver de lo flaca que estaba. Otro
día unos niños jugaban al balón en el patio del colegio y después de un chute
este fue a dar al techo del gimnasio. Los chicos trataron de subir infructuosamente
hasta que yo les dije que iría por él a cambio de un aplauso. Esperé la brisa y
usando el chaleco como capa abrí mis brazos y subí los cinco metros necesarios,
tomé el balón y bajé suavemente a dejárselos. Frente al aplauso les hice una
reverencia como lo haría cualquier estrella después de una función.
Me di cuenta que ya
casi no tenía sombra, lo que me hacía muy feliz. La idiota que me había dicho
gorda ya ni me miraba de vergüenza porque a mi lado ella era ahora un
rinoceronte sin cacho. Uf, estaba feliz.
Una tarde de
sábado mientras papá ponía unas carnes a la parrilla mi mamá se puso a regar el
jardín y de pronto algo tapó la salida del agua y no pudo seguir. Molesta se
entró a buscar alguna herramienta para desbloquearla, instante que aproveché
para meter mi brazo por la manguera y sacar una piedrecita que se había atorado
al interior. Nunca había tenido mi brazo y mi mano dentro de una manguera.
Bonito
Cuando nos
sentábamos a la mesa, mi papá me amarraba las piernas a la silla para que no me
volara y pudiera estar con ellos. A veces también me echaban piedras en los
bolsillos y eso me mantenía a ras de suelo. Mi ración de carne era como la
punta del meñique y comía muchas ensaladas verdes y rojas con harto limón y
sal, nada de oliva. Estaba realmente feliz. Además, ya se acercaba mi
cumpleaños número doce y vendrían a saludarme todas mis compañeras y
compañeros, amigos del barrio, mis primos y primas y yo sería la más flaca, la estrella
de ese día y todas se morirían por ser como yo.
Llegó el gran
día, mi mamá me había hecho un bello vestido usando solo 25 cms de ancho de una
linda tela y con lo que sobró me hizo un hermoso rosetón para poder verme, o
mejor dicho para que los invitados me pudieran ver.
A las cuatro de
la tarde empezaron a llegar chicos y chicas, todos eran gordos, todos eran
elefantiásticos o rinocerontiásticos, ninguno se salvaba, pero en fin había que
aceptarlos así. La que me había dicho gorda ahora se parecía a Miss Piggy y no
me daba la cara.
El jardín estaba
hermoso, una gran torta con doce velas que decía “Feliz Cumple Estrellita” al
medio de una larga mesa con sillas para la veintena de invitados y al lado iban
dejando sus regalos. Un precioso arreglo con doce grandes globos que decían C U M P L E A Ñ O S 1 2 estaba en la cabecera, donde yo me
sentaría a gozar de mi grandiosa fiesta como la estrella del día. Flaca regia,
linda y preciosa.
Mi mamá prendió
las velas mientras mi papá filmaba con la vieja 8 mm del abuelo aquel evento.
En un momento todos dirigieron su mirada hacia mí y entonaron el clásico
Cumpleaños Feliz. Yo estaba realmente emocionada, tanto que me subí a la silla
para verlos a todos y me afirmé de los doce globos que coronaban la mesa y sin
darme cuenta, los saqué de su amarra. Los globos eran grandes y estaban
inflados con helio y de inmediato, justo en el estribillo “….que los cumplas
feliz...” me empecé a elevar. No me atreví a soltar los globos y sin darme
cuenta ya estaba a dos, tres, cinco, siete metros. Cada vez la mesa y las caras
de los 20 niños con sus bocas abiertas se achicaban más, mamá gritaba y me
decía que me soltara, papá seguía filmando y corría por el pasto. La casa quedó
chica, vi las casas de los vecinos que también me miraban con los ojos como
huevos fritos y no sabían que hacer. Las calle empezaron a verse chiquitas, los
autos parecían de juguete y seguía subiendo sin parar.
Deben haber
pasado muchos minutos y yo no me soltaba de los globos que seguían su camino
hacia el universo sin alterarse, llevando con ellos a la chica más flaca y más
guapa que había existido hasta entonces. Cuando vi el límite del océano
pacífico con las playas de la costa me di cuenta que ya no tenía como volver a
casa y aunque me soltara ya no bajaría. Cuando ya veía la redondez del
horizonte y el límite oscuro de la estratósfera, los globos empezaron a
reventarse Pum….Pum….Pum…..Pum….Pum….Pum….Pum….Pum….Pum…..Pum….Pum….Pum…. nada,
me quedé sin globos y seguí flotando y subiendo hasta el cielo que de azul pasó
a negro y mi casa a ser una enorme esfera azul que se empezaba a alejar cada
vez más. Pasé junto a la hermosa – pero gorda – luna y seguí mi viaje hacia
alguna lejana constelación.
El día de mi
cumpleaños número 12 me transformé en la estrella más delgada y guapa del
universo.
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