domingo, 28 de enero de 2024

 

Estrella

 

Tenía once años el día aquel en el Colegio, cuando una compañera me dijo: Estrella, tú eres una gorda…¡Gorda! ¡Gorda! Empezaron a cantarme todos. Llegué a casa llorando y casi ocultándome de todos me fui directo al dormitorio de mi mamá ya que allí, detrás de su gran armario estaba el único espejo de tamaño cuerpo entero que había en la casa. Yo solo me miraba la cara en las mañanas al lavarme los dientes o peinarme, pero el conjunto entero no recordaba haberlo visto recientemente y si una estúpida compañera me había dicho gorda, tendría que verlo con mis propios ojos.

Con mucha cautela me saqué el chaleco azul y me bajé la falda gris del colegio. Quedé frente al espejo en mis ballerinas también azules y mi camisa blanca con los negros zapatones. Me veía ridículamente mal hecha, como un dibujo animado. Mis piernas eran dos palos flacos que sostenían un cuerpo por decirlo menos, muy mal hecho….Nooo! era una figura amorfa, descomunalmente mal formada, sin ninguna proporción “vitrubiana”, era un esperpento horroroso y con mucha razón me había tildado de gorda porque mi barriga parecía una mitad de sandía. Rompí a llorar y tomando mis cosas corrí a mi cuarto con el firme propósito de no salir nunca más de allí en mi vida. Me tiré a mi cama y debo haber llorado unas ochocientas horas desconsolada y herida en mi orgullo más íntimo. Bueno, lo de las ochocientas horas no es tan así porque el pesado de Bruno, mi hermano mayor llegó a golpear diciendo que la once estaba servida.

Con desgano me vestí, por supuesto me puse un chaleco ancho porque no quería que toda mi familia reparara en el elefante que tenían en casa y bajé. Nadie me miró. Estaba el insoportable de Bruno y el ultra molestoso Agustín, mi hermano menor. Mi mamá me preguntó que si había estado llorando y lo negué.

En la mesa había marraquetas calientitas, palta y jamón para hacerse un sándwich morrocotudo y acompañar el té con leche…Nada de eso, en ese instante decidí dejar de comer. Quería verme como mi nombre lo indicaba, como una estrella, una estrella famosa, una estrella inolvidable.

Solo me serví una taza de té y cuando mi mamá me preguntó por qué no comía, el idiota de Bruno dijo que era porque estaba enamorada…pedazo de perno, cabeza de alcornoque, saco de plomo   – Todo eso lo pensé - porque si lo digo me habría llegado un reto.

A la media hora tenía hambre así que me tomé dos vasos de agua y esperé hasta la hora de la cena cuando llegaba el papá de su oficina. Esa noche había espaguetis con salsa boloñesa, irresistible pero inventé un dolor de guata y la mamá solo me hizo una sopa y me la llevó a mi dormitorio.

Sería una estrella.
Bebí más agua

A la mañana siguiente mataba por una tostada con mantequilla y mermelada de damasco, pero mi fuerza de voluntad fue mayor. Más agua y más té.

Así establecí una rutina de comer casi nada o lo justo, tomando litros de agua cada día y como vivía entre dos trogloditas que se comían hasta las piedras, yo les compartía gran parte de mis raciones a cambio de unas moneditas, bolitas, láminas de algún álbum o lo que fuera necesario para mantener la abstinencia alimentaria. Empecé a bajar de peso rápidamente, a sentirme más liviana, a mirarme al espejo y ver menos volumen. Estaba en el camino del estrellato.

Durante la primera semana bajé un kilo exacto según la pesa del dormitorio de mis papás. Al terminar el primer mes ya eran cuatro y medio kilos menos. El espejo empezaba a mostrar a una chica sin regordetes contornos pero, aún debía ser más delgada. Seguí comiendo lo justo y cada día mis raciones eran más chicas y mis papás, que al principio pensaron que estaba enferma y se preocuparon, dejaron de hacerlo y entendieron que tenían una hija hermosamente flaca. En dos meses dejé de ser la niña esperpento y me transformé en la niña leve, de levedad. Y esto lo digo porque me comenzaron a pasar cosas que antes no ocurrían jamás.

Por ejemplo un día de vuelta del cole hubo un fuerte ventarrón y no pude sostenerme en el suelo y debo haber levitado unos cuarenta o cincuenta centímetros hacia atrás junto con las hojas de otoño.

Cuando pasaba frente a una vitrina a veces no me alcanzaba a ver de lo flaca que estaba. Otro día unos niños jugaban al balón en el patio del colegio y después de un chute este fue a dar al techo del gimnasio. Los chicos trataron de subir infructuosamente hasta que yo les dije que iría por él a cambio de un aplauso. Esperé la brisa y usando el chaleco como capa abrí mis brazos y subí los cinco metros necesarios, tomé el balón y bajé suavemente a dejárselos. Frente al aplauso les hice una reverencia como lo haría cualquier estrella después de una función.

Me di cuenta que ya casi no tenía sombra, lo que me hacía muy feliz. La idiota que me había dicho gorda ya ni me miraba de vergüenza porque a mi lado ella era ahora un rinoceronte sin cacho. Uf, estaba feliz.

Una tarde de sábado mientras papá ponía unas carnes a la parrilla mi mamá se puso a regar el jardín y de pronto algo tapó la salida del agua y no pudo seguir. Molesta se entró a buscar alguna herramienta para desbloquearla, instante que aproveché para meter mi brazo por la manguera y sacar una piedrecita que se había atorado al interior. Nunca había tenido mi brazo y mi mano dentro de una manguera. Bonito

Cuando nos sentábamos a la mesa, mi papá me amarraba las piernas a la silla para que no me volara y pudiera estar con ellos. A veces también me echaban piedras en los bolsillos y eso me mantenía a ras de suelo. Mi ración de carne era como la punta del meñique y comía muchas ensaladas verdes y rojas con harto limón y sal, nada de oliva. Estaba realmente feliz. Además, ya se acercaba mi cumpleaños número doce y vendrían a saludarme todas mis compañeras y compañeros, amigos del barrio, mis primos y primas y yo sería la más flaca, la estrella de ese día y todas se morirían por ser como yo.

Llegó el gran día, mi mamá me había hecho un bello vestido usando solo 25 cms de ancho de una linda tela y con lo que sobró me hizo un hermoso rosetón para poder verme, o mejor dicho para que los invitados me pudieran ver.

A las cuatro de la tarde empezaron a llegar chicos y chicas, todos eran gordos, todos eran elefantiásticos o rinocerontiásticos, ninguno se salvaba, pero en fin había que aceptarlos así. La que me había dicho gorda ahora se parecía a Miss Piggy y no me daba la cara.

El jardín estaba hermoso, una gran torta con doce velas que decía “Feliz Cumple Estrellita” al medio de una larga mesa con sillas para la veintena de invitados y al lado iban dejando sus regalos. Un precioso arreglo con doce grandes globos que decían  C U M P L E A Ñ O S  1 2 estaba en la cabecera, donde yo me sentaría a gozar de mi grandiosa fiesta como la estrella del día. Flaca regia, linda y preciosa.

Mi mamá prendió las velas mientras mi papá filmaba con la vieja 8 mm del abuelo aquel evento. En un momento todos dirigieron su mirada hacia mí y entonaron el clásico Cumpleaños Feliz. Yo estaba realmente emocionada, tanto que me subí a la silla para verlos a todos y me afirmé de los doce globos que coronaban la mesa y sin darme cuenta, los saqué de su amarra. Los globos eran grandes y estaban inflados con helio y de inmediato, justo en el estribillo “….que los cumplas feliz...” me empecé a elevar. No me atreví a soltar los globos y sin darme cuenta ya estaba a dos, tres, cinco, siete metros. Cada vez la mesa y las caras de los 20 niños con sus bocas abiertas se achicaban más, mamá gritaba y me decía que me soltara, papá seguía filmando y corría por el pasto. La casa quedó chica, vi las casas de los vecinos que también me miraban con los ojos como huevos fritos y no sabían que hacer. Las calle empezaron a verse chiquitas, los autos parecían de juguete y seguía subiendo sin parar.

Deben haber pasado muchos minutos y yo no me soltaba de los globos que seguían su camino hacia el universo sin alterarse, llevando con ellos a la chica más flaca y más guapa que había existido hasta entonces. Cuando vi el límite del océano pacífico con las playas de la costa me di cuenta que ya no tenía como volver a casa y aunque me soltara ya no bajaría. Cuando ya veía la redondez del horizonte y el límite oscuro de la estratósfera, los globos empezaron a reventarse Pum….Pum….Pum…..Pum….Pum….Pum….Pum….Pum….Pum…..Pum….Pum….Pum…. nada, me quedé sin globos y seguí flotando y subiendo hasta el cielo que de azul pasó a negro y mi casa a ser una enorme esfera azul que se empezaba a alejar cada vez más. Pasé junto a la hermosa – pero gorda – luna y seguí mi viaje hacia alguna lejana constelación.

El día de mi cumpleaños número 12 me transformé en la estrella más delgada y guapa del universo.

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