El Príncipe y el sol 1
Su mirada penetrante oteaba un
horizonte que parecía no terminar. Algo
le inquietaba en la distancia azul, en la distancia profunda. Su boca tenía un
rictus mezcla de asombro y pregunta. Sus labios se entornaban en un gesto entre
fruncido y pueril. La agudeza de aquel par de ansiosos ojos no le permitían conformar
en la retina verde el encuentro con el objeto de su curiosidad. Su boca no se
movía, su estampa, tampoco. Miraba. Esperaba.
Las manos y pies desnudos, le dotaban
de un aspecto cotidiano y frágil, más él era un Príncipe en una de sus primeras
misiones, esas que le consagrarían el camino, esas en las que podría descubrir,
aquilatar o deshechar, esas con las que todo su ser infantil palpitaba. Con sus pequeñas y regordetas manos se
acomodó la visera del kepis para que el sol no perturbara sus pupilas celestes y
mucho menos su misión. Miraba. Esperaba con paciencia.
Sus pies estaban firmes en la arena
dorada de aquella playa en la cual veraneaba con sus padres y hermanos, más él
no se contentaba sólo con bañarse o jugar a la pelota, él tenía en su fuero
íntimo la adrenalina y el vigor de descubrirlo todo, de respuesta a sus
interrogantes de niño de seis años.
Desde muy lejos, un enorme horizonte le
devolvió su contemplación. Aquel ser pequeño y lejano que le escudriñaba impertérrito
desde la orilla de ese mar cobalto, le llamaba la atención.
¿Qué secreto quería descubrir en él ese
diminuto punto desde la tierra?,
¿Habría algo mal en la conformación de
las nubes, de las aves, del cielo o del atardecer ese día?
No, imposible, el horizonte no yerra,
es más, el horizonte es perfecto…por eso, en su perfección, también se conmovió
y se doblegó frente a este minúsculo Príncipe.
Lo cautivaría hoy, lo cautivaría por
siempre.
De súbito, un
dorado rayo de sol penetró una esponjosa nube y una formación de gaviotas aleteó
sobre aquel hueco azul anaranjado entre nubes tenues y felices.
Ello provocó la más feliz admiración de
aquel impertinente y hermoso Príncipe terrenal de visera, pantalón arremangado
y pies desnudos.
Había
logrado cumplir su misión de ese instante, el gentil horizonte, vasto y
perfecto lo había premiado.
Una maravillosa e ingenua sonrisa iluminó su mirada infantil.
El
Príncipe y el sol 2
El sol estaba en lo alto esa mañana
calurosa. El partido era en el colegio rival, aquel clásico que les había sido
esquivo de ganar desde hacía más de cinco años. Las burlas se repetían durante
meses para el equipo perdedor.
El no era titular, por lo general
estaba en el banco de suplentes alentando a sus compañeros cómo el que más. Los
padres y hermanos hacían fuerza desde las pequeñas graderías cómo si la vida se
les fuese en ello.
La imponente cordillera nevada al fondo
sostenía en sus picos tenues y blancas nubes que apenas se movían, quizás
pendientes del disputado partido que jugaban allá abajo esta veintena de pre
adolescentes. Él la miraba entre jugada y jugada.
Faltaba muy poco y el resultado era
cero a cero, lo que favorecía a sus oponentes azules que nunca habían perdido
un penal en alguna definición. No había cómo entrar en una defensa de once
chicos obsesionados con levantar nuevamente la gran copa dorada para sus
colores.
El capitán y el goleador rojo desbordó por la derecha y cuando iba a rematar,
un grandulón de azul lo barre y le obliga a abandonar la cancha lesionado.
El Príncipe tiene la responsabilidad de
reemplazarlo. Nervioso entra y escucha a entrenador que le dice a él y a todos
sus compañeros que vayan al área rival a aprovechar aquel tiro libre propiciado
por la falta del grandote.
El área está poblada de camisetas rojas
y azules. El principito no escucha nada, todo es silencio absoluto. Distingue a
su padre en la galería transmitiéndole amor con su mirada, ve a su entrenador
gesticular, sus oponentes lo cercan, el arco de tubos blancos con su red
intacta parece burlarse de los chicos de rojo, todo en un insoportable
silencio. Como siempre, desde que era
aún muy pequeño cumple su rito. Dirige su mirada hacia el cielo, sus amigas
nubes están allí, en paz quietas, dulces. El sol aún no ha llegado a hacerles
la compañía de los ocasos. La celeste bóveda lo acoge y le da la paz y
tranquilidad. Los nervios súbitamente claudican.
El pito del árbitro lo saca de su
ensoñamiento. Ahora todo es adrenalina y acción. Dirige su vista a la dirección
en la que vendrá ese último balón antes de terminar el match.
Ve la sombra de la esfera que hace una elipse desde fuera del área y de súbito
el radiante sol, ausente en su contemplación reciente, da en sus verdes pupilas encegueciéndolo por
completo en ese instante tan importante para él…de inmediato, un golpe fuerte
da en su sien derecha y el tiempo se detiene. La pelota que acaba de rebotar en
su cabeza cambia absolutamente su trayectoria descolocando a sus dos marcadores
y también a un arquero gigantón. El balón entra al arco por el ángulo superior
derecho e infla las redes. Es el gol de la Copa, es el gol de la gloria, es el
gol soñado. Gooool se escucha, un piño de niños de rojo se abalanzan sobre él, que
alcanza a ver el orgullo reflejado en la mirada húmeda de su padre, el flamear
de banderas de su colegio antes de caer de espaldas con los abrazos y risas de
sus compañeros. Distingue que efectivamente esas coquetas nubes se habían
quedado suspendidas allá arriba para ver su hazaña. Ríe
.
De súbito, un dorado rayo de sol brilló sobre aquella copa
dorada y una formación de chicos de doce años saltaron y rieron felices sobre la
tarima que daba la espalda a un horizonte con nubes tenues y felices .
El
Príncipe y el sol 3
Su mirada penetrante miraba a fondo
aquella imagen del microscopio electrónico tal cómo en los últimos mil
doscientos veinte ocho días. No había dormido más de cuatro horas seguidas
jamás en ese último año. El acucioso trabajo de investigación sobre los efectos
de aquellas semillas asiáticas mixturadas con la sabia de helechos tropicales
había abierto un enorme caudal de pruebas, ensayos y fracasos. El tiempo y los
recursos se agotaban en aquel laboratorio financiado por una importante ONG y
patrocinado por la Organización Mundial de la Salud.
Para su desazón, nada alteraba el
comportamiento de aquellas células, en la distancia profunda. Su boca tenía un
rictus mezcla de asombro y pregunta. Sus labios se entornaban en un gesto entre
fruncido y nervioso. La agudeza de aquel par de ansiosos ojos no le permitían
conformar en la retina verde el encuentro con el objeto de su curiosidad. Su
boca no se movía, su cuerpo tampoco. Miraba. Tenía que esperar unos minutos.
Se echo hacia atrás en su silla con
ruedas y sin levantarse se impulsó hacia la ventana del moderno laboratorio que
se encontraba emplazado frente al mar, sobre las doradas arenas de una playa de
la costa oeste. Una vez más el horizonte comenzaba a regalar la obra perfecta
de una nueva puesta de sol. Las gordas nubes ya estaban alineadas sobre el
Pacífico y un tono anaranjado comenzaba a invadirlas. El eje lo marcaba el
astro amarillo que intensificaba sus tonos rojos en desmedro de los más claros.
Él lo observó con nostalgia.
El sol le regaló en exactamente tres
minutos y medio el paso desde su calidad de circunferencia perfecta hasta ser
un espectro rojizo anaranjado, inundando las nubes ahora desde abajo…desde
China pensó….Asia….semillas asiáticas….el ruido del laboratorio volvió a su
cabeza.
Sus ojos retenían aún el fantasma de la
circunferencia amarilla del sol cuando volvió a su puesto de trabajo. Todo
ocurrió repentinamente ante ellos. Las mortales células cancerígenas,
imbatibles y casi burlonas con los cientos de intentos anteriores empezaron a
desaparecer mágicamente de la pantalla. Casi cómo globos de cumpleaños que van siendo
reventando por un invisible alfiler uno a uno. La imagen empezó a tornarse a un
color celeste. El gris oscuro de las células rescindía, desaparecía, esta era
la fórmula correcta, por fin había dado con ella. Hoy la vida estaba ganando
esta batalla, no lo podía creer, gritó tan fuerte cómo pudo, saltó, llegaron
sus colegas corriendo con sus ojos puestos en el monitor led, todos eran parte
del proyecto, un piño de científicos de blancos delantales se abrazaron y
gritaron eufóricos.
El Príncipe dirigió su vista a la
ventana. El naranjo era más intenso y el lila empezaba a fulgurar más arriba.
Las enormes nubes eran un crisol de colores tardíos. Esta vez, en vez de
sonreír, sus ojos se llenaron de lágrimas
De súbito, un dorado fulgor brilló sobre aquellas nubes
doradas mientras un grupo de hombres y mujeres se abrazaban felices frente a un
horizonte de nubes tenues y felices .
No hay comentarios:
Publicar un comentario